“Vaaaaaaaamo’ Pol carajo!!!!”. El grito del pibe que tengo al lado me enfoca al sector izquierdo del escenario, por donde, antes que las cámaras lo detecten y las pantallas lo agiganten aún más, aparece el tipo, dos minutos después de la hora señalada.
McCartney, Hofner violín al aire, saluda, hace reverencias y arranca el recital más importante de nuestras vidas con un guiño a los que estamos “sentados en el estadio a la espera de que comience el show”, desde la letra de Venus & Mars.
No hay disco, video o youtube que pueda preparar a nadie en el mundo para evitar que un nudo marinero te cierre la garganta y empieces a pucherear como un nene que le sacaron el chupetín. Simplemente así. Tanto así (...)
(...) Un pequeño set de Wings concluye con “My Love” la canción “para todos los enamorados” que compuso pensando en Linda, esa mujer a la que debemos agradecerle tantas cosas. “No me preguntes nunca por qué nunca diré adiós a mi amor” nos refriega en la cara, y todos (el gordo peludo con su pegajosa novia, el portero con su esposa triste y esa pareja cheta que llegó tarde porque los “trapitos” no le dejaban estacionar el auto) lloramos de nuevo, pensando en la persona que tenemos al lado. De esa declaración de amor al amor que ya no está (y cuánta falta le hizo a Paul durante todo este tiempo) pasamos a una de las melodías más alegres jamás compuestas. Desde hace 35 años “I'm Looking Through You” tiene la increíble capacidad de bosquejar una sonrisa en el rostro de quien la escucha, aún en el peor momento, y ésta no fue la excepción (...)
(...) El rollercoaster emocional nos llevaría a Liverpool varias veces, para traernos de nuevo a los ausentes. A los 68, y con Ringo retirado, McCartney es The Beatles y así lo recordaremos. Porque cuando las fotos de la pantalla nos mostraron a Lennon (Here Today) y Harrison (una memorable versión de Something), por un momento creímos verlos a todos juntos otra vez, y jugamos a sentirnos fanáticos adolescentes a punto del desmayo mientras ellos movían el flequillo. Tan generoso es este viejo prócer, que decidió cargar en sus hombros a toda una generación de ídolos perdidos en un solo show, y ese peso no lo agobia, aún con sus casi siete décadas.
Ver al beatle en vivo es compendiar la historia de la música contemporánea y comprobar que los instrumentos, tantas veces maltratados por pequeñas estrellas barriales con pretensiones universales, aún pueden sacar sonidos maravillosos (...)
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