CARTA ABIERTA
Hace dieciséis años atrás, una tarde, un grupo de personas de lo más variado se reunía por primera vez en el Centro de Comercio. No todos nos conocíamos, pero todos éramos voluntarios y nos guiaba una misma preocupación. Fue aquella la primera reunión a partir de la cual se fundó la “Asociación Protectora de Animales y del Medio Ambiente de San Pedro”. Hoy años después de luchas constantes, sinsabores y algunas satisfacciones, la preocupación por esta entidad y por lo que pasa en San Pedro con los animales, sobre todo perros abandonados en la vía pública, me lleva a escribir esta carta.
San Pedro que ha reconstruido su costanera, que ha embellecido y cuidado su barranca, que, pendiente del turismo, ha levantado cantidad de hoteles y ofrece a todo el que viene sus indudables bellezas naturales, tiene sin embargo un patio de atrás. La hermosa fachada no deja ver en una primera mirada, pero luego se descubre, el desinterés que la sociedad sampedrina muestra por el cuidado del medio ambiente en general. Sin duda, habrá personas a las que les resulte ingrato leer esto, personas a quienes el tema interesa y que comprende su importancia capital para el futuro de todos, pero no me refiero aquí a esas personas ni a acciones individuales sino a la comunidad como tal. Y ese desinterés comunitario en una ciudad enclavada en un entorno natural de belleza privilegiada, desconcierta. Aunque hay multitud de temas importantes relacionados con esta área, voy al punto que origina esta carta. Cualquiera que recorra las calles sampedrinas y observe verá cantidad de perros vagabundos tratando de sobrevivir como pueden: en el Náutico, en la costa, en los barrios periféricos, en la zona del club Los Andes, en el basural, en el centro, en la antigua estación de trenes, en todas partes hay perros abandonados en diferentes estados de catástrofe. Si no se adoptan con urgencia medidas sanitarias racionales y planeadas (además de humanitarias) el problema, del que se ocupa desde hace años y como puede el Refugio de la Sociedad Protectora, terminará superándonos porque se advierte el crecimiento incesante de animales por la ley biológica de la reproducción de la especie. No se trata de una recriminación al actual gobierno municipal y a su área de zoonosis, ya que este problema es de muy larga data: ésta es una desidia de años, un abandono que viene de lejos y al que nunca se le ha dado el apoyo indispensable porque, como se sabe, lo perros no votan. Al contrario, la actual gestión municipal ha mostrado señales de acercamiento a la Asociación Protectora y ha hecho también tibias promesas. ¿Se cumplirán? No lo sabemos. El gobierno anterior hizo promesas de colaboración y no cumplió. Pero el problema no se soluciona sólo con el reconocimiento municipal. Al municipio debe acompañarlo una actitud de la comunidad ya que somos todos responsables por el espacio público, el espacio que compartimos, y por el entorno natural al que debemos preservar y cuidar.
El Refugio de la Protectora ha venido realizando una tarea triste, solitaria y con muy escaso reconocimiento. Y si no hay un reconocimiento desde el punto de vista de la compasión hacia los animales, debería haberlo al menos como tema de salud pública. El Refugio en un momento llegó a albergar 800 perros. Las personas que se ocuparon y se ocupan de retirarlos de la calle, de recibirlos, de curarlos y de tratar, con muy escasos recursos, de hacer alguna castración, son personas voluntarias, que tiene sus ocupaciones y su trabajo y que realizan esta muchas veces dolorosa tarea sin ningún tipo de recompensa y, por supuesto, ad honorem. Los llamados al teléfono del Refugio son siempre para deshacerse de un animal, nunca para una adopción y raramente para una colaboración. Por el contrario, quiero destacar que San Pedro cuenta con extraordinarios y solidarios veterinarios y veterinarias que han colaborado y colaboran con la Protectora, y a quienes quiero dejar aquí constancia de mi particular gratitud. Pero las acciones que se llevan a cabo entre la gente del Refugio y los veterinarios son acciones aisladas y no solucionan el problema de fondo. Se necesita urgente apoyo municipal. Lo que sabemos, lamentablemente debo reiterarlo, es que San Pedro como comunidad no colabora en este tema y que si bien puede decirse que, en general, no se presta a la crueldad o a las acciones irresponsables con los animales, muchísimas veces las tolera o mira para otro lado. Galgos que cumplidos los dos años de explotación en las carreras quedan atados con alambre a los postes del Refugio (¡y en qué condiciones!), cachorros abandonados donde sea o tirados por arriba del alambre, perras que tienen casa hasta que, preñadas o con crías recientes, son dejadas de noche en un camino vecinal, lo mismo sucede con las gatas (el camino a Doyle suele ser uno de los lugares preferidos para estas acciones anónimas) o que se entregan a camioneros para que las “tiren” en otro pueblo, transfiriendo así el problema a otra comunidad, perros de raza comprados porque están de moda y luego abandonados a su suerte en la calle (personalmente he visto huskys y San Bernardos en estado calamitoso), gente que se compra un pitbull porque tal vez lo vio en el cine sin saber nada del animal y no piensa que si se cruza con los callejeros puede dar una mezcla suelta de alta peligrosidad.
Se necesita una decisión política del Concejo Deliberante. Urgentes campañas de concientización de la sociedad, charlas en las escuelas, información por los medios de comunicación, campañas de castración masiva que no pueden ser sólo voluntarias porque la gente de menos recursos no tiene la costumbre ni la información para acudir: hay que llevar la campaña de castración a los barrios, acciones conjuntas a programarse entre el colegio de veterinarios, la municipalidad y la Protectora. Parece mucho y sin embargo solamente copio lo que han llevado adelante con éxito otras comunidades, como las de Junín o la de Almirante Brown, considerada ésta última modelo en el tema en la provincia de Buenos Aires (copio abajo las ordenanzas que estos municipios llevaron a cabo). ¿Habrá que recordar una vez más aquellas palabras de Sarmiento que apuntaban a una sociedad más civilizada de la que le tocaba vivir: “Sean compasivos con los animales”?
Vine por primera vez a San Pedro con mi marido, Abelardo Castillo, hace cuarenta años. Quedé deslumbrada por su río, su barranca, sus calles arboladas de naranjos que bajan hacia la costa. Y aunque no vivo aquí me considero, como muchos, una sampedrina por adopción. Son todos estos años de afectuosa cercanía con San Pedro y con amigos sampedrinos, y de mi pertenencia voluntaria a la Asociación Protectora desde su inicio los que me permiten escribir y sostener lo que digo en esta carta abierta. Y me permiten también mantener la esperanza de que algo cambie en estos temas de responsabilidad ambiental, que hace mucho tiempo dejaron de ser secundarios para transformarse en la reserva legal y social que nos va a permitir enfrentar el futuro.
Sylvia Iparraguirre (DNI 5607525)
Ordenanza Nº 4924 Fecha: 23 de de 2005;
Ordenanza Nº 4979 Fecha: 29 de de 2005;
Ordenanza Nº 5286 Fecha: 7 de de 2007;
Ordenanza Nº 5607 Fecha: 4 de de 2009