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Foto y nota "La Nación" |
A pocas horas de su arribo a Buenos Aires, en un viaje que estuvo rodeado de mucha incertidumbre por la imprevista situación climatológica que se vive desde la erupción del volcán chileno, el pianista Nelson Goerner accedió a dialogar con La Nacion -pese al cansancio- con la deferencia, simpatía y jovialidad que lo caracteriza.
La ocasión lo ameritaba, ya que mañana, a las 20.30, ofrecerá un único y exclusivo recital en el Teatro Colón donde, sin duda, mostrará las muchas virtudes que lo distinguen.
El concierto girará en torno de la Sonata en Mi bemol mayor , de Mozart, con la transparencia de su enfoque; de una virtuosa obra del primer romanticismo de Schumann como es Kreisleriana , y -en la segunda parte- de la monumental Sonata en Si menor de Liszt, creación que asciende hasta las más altas cumbres de las variables sonoras desde un piano.
-¿Cuál es tu criterio sobre el sonido de una obra de Mozart, como la elegida para iniciar tu recital?
-Hay que calibrar la sonoridad de distintas maneras. A mí me gusta el Mozart que tiene amplitud dinámica, no el Mozart chiquitito, pero, lógicamente, quedándose dentro de la peculiaridad del lenguaje mozartiano. Hay que variar mucho la articulación y el fraseo, para lo cual también se requiere cierta inventiva y creatividad, porque en ese sentido creo que, por momentos, con obras de Mozart ya se presiente a Schubert y a algunas cosas de Beethoven. Era un compositor avanzado en su época.
-Y pasando al Schumann de Kreisleriana... ¿Cómo la sentís, valoras e interpretás?
-Se trata de una obra de enormes contrastes anímicos. Está dividida en ocho piezas o secciones en la que se requiere del intérprete una gran movilidad psicológica y, en este sentido, me gusta mucho una frase de Claudio Arrau, que decía que en esta composición el intérprete debía ser como un camaleón, un concepto que podemos aplicar no a su autor, sino al interior de esta composición tan hermosa, que tiene gran variedad de climas; eso te obliga, justamente, a intentar el cambio de estado anímico.
-¿Y en referencia a la gigantesca sonata de Liszt que cierra el programa?
-Ahí se produce un contraste porque, a pesar de que la sonata tiene gran diversidad de climas espirituales, como yo los llamo, tiene también un gran sentido de unidad, donde reside precisamente una de sus mayores dificultades para interpretarla. Ahí están reunidos todos los aspectos del autor y la potencia de su creatividad. Por eso, la gran tarea del intérprete es lograr darle la unidad que conlleva en sí misma. No debemos olvidar que Liszt era un maestro de la estructura, un mago al que se debe servir para no traicionar su pensamiento creador.
Juan Carlos Montero
Para LA NACION