El Grupo Conservacionista de Fósiles halló, a la vuelta de un meandro de un pequeño riacho, el cráneo casi completo de un Glossotherium, o perezoso prehistórico, con una garra adherida que mostraba las osificaciones de su piel.
El fósil estaba ubicado a unos 2 metros de altura con respecto al nivel del agua, lo que obligaba a una extracción inmediata por el riesgo de erosión.
El trabajo, que duró algo más de dos horas, permitió recuperar intacto uno de los fósiles más sorprendentes hallados en la zona.
Los descubridores fueron José Ignacio Verdón y José Luis Aguilar, miembros del Grupo Conservacionista de Fósiles, equipo de trabajo del Museo Paleontológico de San Pedro.
Los Glosoterios
Estos animales fueron bestias de unos tres metros y medio de longitud que habitaron la llanura pampeana hasta el Holoceno temprano (+/- 8.000 años).
Algunos trabajos científicos han confirmado su capacidad de excavar cuevas para guarecerse y tener a sus crías.
Su alimentación se supone predominantemente herbívora y su característica más distintiva era la conformación de su piel, la cual poseía una red de pequeños huesillos dérmicos cuya forma recuerda a la de un “riñón”. Miles de estas osificaciones distribuidas en diversas partes del cuerpo le conferían una gran resistencia.
Glossotherium poseía un cráneo relativamente bajo y bastante alargado, con sus fosas nasales muy amplias y dientes de forma semi cilíndrica con una importante superficie de masticación que le permitía triturar vegetales duros.
Características del hallazgo
El “bochón” de sedimento arcilloso que contenía al fósil pesaba unos 50 kg al momento de ser recortado de la barranca. En él se encontró el cráneo absolutamente completo, las dos ramas mandibulares articuladas con su dentición completa y la mano izquierda del animal conservando intacta su forma gracias a que se preservó una parte importante de los componentes osificados de su piel.
La dermis de los Glosoterios era compuesta: una capa estaba formada por tejido blando, como la nuestra, y otra por centenares de pequeñas “bolitas” de hueso llamadas osteodermos. Estas diminutas formaciones óseas estaban embebidas en la dermis de estos animales y formaban una “armadura” flexible que aumentaba la resistencia de su piel y los protegía de eventuales ataques de los depredadores.
En el fósil descubierto, la capa de osteodermos, es decir la parte osificada de su piel, no ha sufrido modificaciones desde el momento de su muerte y esto ha permitido que se mantenga la forma y tamaño de su mano izquierda, la disposición de sus garras y se tenga un detalle aproximado del grosor de la piel en esa zona del cuerpo del animal, puntos que transforman a este hallazgo en un hecho totalmente infrecuente y con pocos antecedentes.
Según apuntan desde el Museo Paleontológico Fray Manuel de Torres, “esta malla de osteodermos se ha mantenido tan bien en el fósil hallado en San Pedro que permite conocer la forma y el tamaño de las manos de este género de perezosos prehistóricos.
Se sabe, además, que el ejemplar estaba atravesando su etapa de desarrollo al momento de perecer ya que aún no había alcanzado el tamaño de otros ejemplares con los que ha sido comparado. Es increíble el grado de conservación de los componentes óseos de lo que fuera su piel. Es un hallazgo muy valioso en lo que respecta a fauna sudamericana del Cuaternario.”