Si la producción frutícola tuviera los mismos niveles que en 1990, a valores actuales, circularían en San Pedro más de 244 millones de pesos por año, solo en concepto de jornales.
Así se desprende de un análisis realizado por miembros de la Mesa Multisectorial por la Producción y difundido hoy por el programa “Contacto a las 6”, de APA Radio San Pedro.
Los datos, que dejan en evidencia el potencial social y económico de la producción intensiva, se basan en la cantidad de hectáreas con montes hace veinte años.
En 1990, según esos datos, el partido de San Pedro tenía plantadas 10.500 hectáreas con durazneros y 8.599 con plantas cítricas.
Entre las tareas de campo y las de empaque, se requerían, en ese entonces, 1.355.940 jornales al año para las dos producciones. Considerando que hay alrededor de 260 días de trabajo al año, se estima que en ese momento trabajaban en la fruta más de 5.200 personas.
Tomando como referencia un promedio actualizado de jornal a 180 pesos (alrededor de 160 para la cosecha y más de 200 para el empaque), el estimado anual es de 244.069.200 pesos de movimiento económico, solo en los salarios pagados a los trabajadores.
Siempre siguiendo los mismos números, el movimiento aproximado de dinero en concepto de jornales sería, si no se hubiera producido la debacle económica – financiera de los últimos años, de alrededor de 670 mil pesos por día.
Si bien la estimación está basada en aproximaciones y promedios que intentan trasladar una situación de hace dos décadas a la actualidad, alcanza para otorgar una dimensión de las pérdidas generadas por el desmonte en la zona.
Números del año 2006 indican que, aún con el avance voraz de la soja, San Pedro tenía plantadas 3.150 hectáreas de duraznos y 3.550 de cítricos. En números redondos, se necesitaban en esos momentos 465.000 jornales anuales (casi 1.800 personas trabajando durante 260 días) para desarrollar la actividad, lo que, a números de hoy, permitiría generar un movimiento de casi 84 millones de pesos por año.
La falta de apoyo, las inclemencias climáticas y, en algunos casos, las malas decisiones empresariales, empujaron a los fruticultores a dejar de lado la actividad que desarrollaron durante décadas y pusieron en marcha un proceso de sojización que no parece tener un final a la vista.