La periodista sampedrina María Silvina Taurizano está desarrollando tareas como voluntaria en Palestina y el Valle del Jordán para la ONG “Jordan Valley Solidarity”.
La siguiente es una crónica de lo sucedido hace pocas horas en proximidades de la ciudad de Jiftlik.
La mañana fue una mañana feliz. Una mañana con la frescura de cosechar en las huertas de Abu Nadal y sus vecinos. Cosechamos chauchas, habas, berenjenas, zuchinis, repollos colorados y repollos verdes. En diferentes huertos enormes. Cargamos la chata de la camioneta de verduras para la casita de Jiftlik. En el camino verde de la mañana fresca, el escupitajo de militares israelíes y tanques y vehículos blindados, entrenando sobre las tiernas laderas palestinas.
Tuvimos dos visitas, un grupo de 4 personas de AEPPI, entre los que había un brasilero de Sao Paulo y una francesa. Después vino un grupo más grande con algunas personas del ICAHD (Israeli Committee Against House Demolitions) y algunos ingleses. Comimos friki y ensaladas de las verduras frescas; antes del té sonó un celular y nos avisaron que estaban por demoler varias casas cerca de Jiftlik.
El lugar de la primera demolición, Tel El Samadi, está a 5 minutos de la casita de barro de Jiftlik. Los soldados no nos dejaron acercar. Ni al hombre de ICAHD que portaba identificación israelí. Tiraron abajo la casa de una familia compuesta por un matrimonio y cinco hijos pequeños, de entre 1 y 5 años.
No dejo de preguntarme cómo alguien puede ser capaz de demoler un hogar, donde vive gente, donde hay una familia, personas, niños, con sus pertenencias y sus cosas íntimas y sus secretos y sus juguetes y sus recuerdos y cosas queridas. El calor del hogar se hace polvo ante el atropello de un bulldozer que no titubea al igual que no titubea alguien, que desde abajo, dirige las maniobras. Ese alguien, qué es? Es una persona también, tendrá una familia? Había unos cuantos jeeps. Algunos soldados se reían. Cuando hubieron roto todo, regaron tierra sobre los restos del hogar, como pretendiendo enterrar la historia de esta gente, limpieza étnica; borrarlos del mapa ya los borraron, los están limpiando con bulldozers, y no quieren dejar ni la huella de que por ahí pasó la vida. Nos acercamos a hablar con la familia desahuciada. Los nenes lloraban.
Una de las nenas, Sara, se sentó sobre el techo de su casa, ahora en el piso, sobre los escombros. Se quedó sentadita ahí. Como si a pesar de todo, ese siguiera siendo el lugar que ella elige en el hogar. Otros nenes buscaban entre los escombros lo que se pudiera haber salvado.
La segunda demolición fue cerca de ahí, en El Mekhroot; es la casa de una familia que no vive permanentemente en el Valle, la usa como casa de verano. Nos pudimos acercar menos, y no vimos a la familia porque en esta época no están aquí.
La tercera familia, también en El Mekhroot, una pareja joven con un bebé. La mamá no tendría más de 18 años. Bella, con los ojos empañados en lágrimas. No pudo hablar con nosotros. Respiraba ondo y no podía decir palabra. En el piso, estaba regada la sombra de sus ojos, el brillo labial, el cepillo del pelo, y esas cosas con las que ella se miraría en el espejo de un modular que lograron salvar, como un tesoro, a un costado de los escombros. El marido, sentado también como Sara sobre los restos de los ladrillos, con la mirada clavada en el fondo de la tierra.
Qué van a hacer ahora. Esa es su casa. Ahí están su cosas. No pudieron salvar casi nada. Todo queda desparramado y roto entre la tierra y los escombros.
No dejo de preguntarme, cómo puede alguien…
Y a pesar de todo y de esta nada, alguien se acerca con la bandeja y el té.