“Si le
sacás al hombre la locura, la pesadilla, los sueños, lo reducís casi a
la nada”
El
escritor, sampedrino por adopción, recibió a El Imparcial y Noticias San Pedro en su casa del Club Los Andes junto a su esposa, la escritora Sylvia Iparraguirre. En medio del repaso
por sus diarios, que serán publicados en breve, Castillo habló sobre su
relación con San Pedro, la política, la música, la muerte y la literatura.
Abelardo Castillo, el hombre de las tres
infancias, el boxeador amateur que se retiró invicto por exigencia de su padre,
el que abomina la muerte, el maestro de escritores, el inspirador de letras de
rock, nos invita a sentarnos mientras termina de abotonarse la camisa.
Su compañera, Sylvia Iparraguirre -otro de
los grandes nombres de la literatura argentina- nos había recibido minutos
antes en la entrada de la casa, flanqueada por los gatos a los que protege con
devoción.
El ambiente amable, casi familiar, hace
perder por un minuto la dimensión de la figura que se acomoda del otro lado de
la mesa. Creador de tres de las revistas literarias de mayor impacto en la
cultura argentina (“El grillo de papel”, “El Escarabajo de Oro” y “El
ornitorrinco”), autor de las mundialmente reconocidas obras teatrales Israfel
y El Otro Judas, perfeccionista al punto de tardar treinta años en
publicar Crónica de un iniciado y responsable de algunos de los mejores
cuentos argentinos del siglo XX, Abelardo Castillo ha influido en gran parte de
los escritores latinoamericanos contemporáneos.
Sin condiciones previas, y totalmente
despojado del divismo que suele acompañar a las figuras del arte, Castillo
dialogó durante dos horas de una tarde de febrero con “El Imparcial” sobre
cuestiones tan diversas como su infancia, los mundos paralelos, la muerte, la
música, el ajedrez, el cine, la izquierda y, claro, la literatura.
El
vínculo con esta ciudad con la que mantiene una relación ineludible desde su
infancia marca el punto inicial de la charla: “Creo que mi relación con San
Pedro es la misma que tuve siempre. En realidad yo no soy sampedrino, soy
sampedrino de adopción, lo que me hace en algún sentido más sampedrino porque
ser sampedrino por fatalidad no tiene ningún mérito. En cambio yo de alguna
manera elegí nacer en San Pedro, aunque seguramente fui engendrado en San
Pedro”.
Las tres infancias de Abelardo Castillo se
combinan en el relato hasta transformarse en una, indistinta: “Es que yo tuve
tres infancias. Una, en Buenos Aires, en el barrio de Flores, donde viví hasta
los 8 o 9 años. Otra es en el Colegio salesiano Wilfrid Baron, en Ramos Mejía;
y la tercera en San Pedro. Pero por una peculiaridad de mi memoria, esas
infancias no son sucesivas para mí, son como simultáneas. Hay un período de mi
vida que yo no puedo situar exactamente en ningún lugar porque, cuando lo
pienso, me da exactamente lo mismo haberlo vivido acá en San Pedro, o en Buenos
Aires o en aquel colegio”.
-¿A qué lo
atribuye?
-Creo que
es una cualidad de la imaginación, y
tiene que ver con cómo opera la memoria. Supongo que se relaciona con el
hecho de escribir ficciones. Hay un cuento mío que se llama “El Decurión” donde
pasa exactamente eso: hay un señor, un personaje, que recuerda dos vidas paralelas.
Además, yo creo, en algún sentido -y por eso mis libros de cuentos se llaman Los
mundos reales- que no hay “un” mundo
real, sino “los” mundos reales. Esta conversación que está ocurriendo en un
tiempo y espacio que es San Pedro, y lo que vos soñaste anoche, o la pesadilla
que yo tuve, o los deseos secretos de cada uno de nosotros, también pertenecen
al mundo real, tanto lo confesable como lo no confesable. El mundo imaginario
pertenece al mundo real. Si vos le sacás al hombre la locura, la pesadilla, los
sueños, lo reducís prácticamente a la nada. Sería una cosa, una especie de
objeto. Entonces, yo siempre he sentido que nuestra vida ocurre en una
secuencia, pero que también podría o tal vez puede ocurrir en otra.
|
Sylvia y Abelardo mostrando pasajes de los diarios. |
El creador de Las otras puertas sostiene
que vivió siempre “en una línea del tiempo y del espacio pero sin dejar de
sentir que hay otro Castillo”. Para dejarlo en claro, explica que “esto no es
mera locura, mera ficción, sino que son posibilidades de la imaginación y sobre
todo así opera la memoria”.
-¿Qué
importancia tienen los lugares en este transcurrir de la memoria que usted
plantea? ¿Es lo mismo haberlo vivido en San Pedro que en otro lugar?
-“No, en
ese sentido creo que hay lugares que están privilegiados por la memoria, que
son lugares míticos. En aquellos lugares donde se ha amado o se ha sufrido
mucho, se erigen solos, como especies de altares, donde el tiempo ocurre
míticamente. Entonces yo tengo un San Pedro mítico, pero tengo un Buenos Aires
mítico y tengo un colegio mítico. En esos lugares del tiempo, que son
lógicamente lugares de mi memoria, está situada mi infancia. Por supuesto, sé
perfectamente que mi caminata a los 10 o 12 años, de acá a Río Tala por la vía,
con Ranger Sierra y otros chicos, ocurrió en San Pedro, pero no me interesa
demasiado, es como si pudiera haber ocurrido mientras estaba en el Colegio Don
Bosco”.
Manuscritos
En los días previos y posteriores a
nuestro encuentro, Abelardo trabaja en el repaso previo a la publicación de sus
diarios, escritos a lo largo de toda su vida. Las anotaciones escritas en
cuadernos desde su adolescencia, se transformarán en dos o tres volúmenes
dedicados a repasar sus reflexiones sobre sus lecturas, su obra, la filosofía y
la política, pero también a descubrir relatos inéditos.
“En realidad ahí es donde he ido
anotando puntualmente ciertas cosas que me ocurrieron y ciertas cosas que he
pensado que me ocurrieron sobre todo. Porque a uno no tanto le ocurren las
cosas como siente o piensa que le ocurren”, explica Castillo.
-Revisando
lo que escribió hace 30 o 40 años atrás, ¿se encontró muy diferente a lo que
recordaba?
-“No,
encontré que ciertas ideas básicas mías ya estaban totalmente desarrolladas en
la adolescencia, lo único que después se perfeccionaron o se modificaron, pero
en un sentido helicoidal, como crece una idea. Algunas se antagonizaron, pero
no son las esenciales. Lo que sentí de la amistad, de la muerte, del amor, de
la libertad, de la cuestión social a los 16 años, es más o menos lo mismo. Lo
que cambió son los fundamentos y las lecturas, o las reflexiones acerca de esos
problemas, pero sigo pensando acerca de la muerte lo que pensaba a los 18 años
y sobre todo de la vida”.
-¿Y qué
piensa?
-“Bueno,
que la muerte es una contradicción que es casi impensable estando vivo. Lo que
nace, no nace, filosóficamente o metafísicamente hablando, para morir: nace
para vivir. Es decir, que algo muera, a mí me resulta inconcebible, eso no me impide saber
perfectamente que todo va a morir, yo, con la planta, la tierra y el universo
entero, pero siempre sentí un enorme rechazo. Para mí, el problema fundamental
no es cómo encarar la muerte, a la que le tengo una enorme aversión, sino cómo
se vive la vida”.
-¿Y cómo se
vive la vida en este momento de Abelardo Castillo?
-“Bueno, yo
trato de vivirla con la mayor autenticidad posible. Trato. Tal vez la
autenticidad sea imposible, pero, digamos… lo que soy es esto que ustedes ven.
No estoy ni posando de escritor ni de persona a la que le gusta la naturaleza,
que no me gusta mucho, y hasta hace un momento estaba haciendo una cosa que
hago todos los días, que es escuchar música o leer un libro”.
Antes de recibirnos, Castillo leía La
historia secreta del Señor de Musashi y Arrurruz, de Junichiro Tanizaki, un
escritor japonés al que consideró como uno de los más grandes novelistas
contemporáneos. De esa novela de tono poético, resalta durante la charla un
concepto que comparte: “Dice más o menos: ‘últimamente he agarrado una mala
costumbre, no puedo leer cosas referidas a la realidad o que tengan como tema
la realidad, por eso detesto la literatura contemporánea autorreferencial que
sale en las revistas”. La idea de hablar de sí mismo en la literatura de
ficción le produce cierto malestar. “Hay
una distancia muy grande entre hablar de sí mismo en una novela, en una
ficción, y hablar de sí mismo en un diario, aunque igual uno se disfraza detrás
de su propia palabra. Yo he tratado de no hacerlo, pero es casi imposible.
Siempre sentí, aunque mi literatura de ficción parece autorreferencial, un gran
malestar por la literatura autorreferencial de aquellos escritores que hablan
solamente de sí mismos o que vos advertís: está hablando sólo de él. No es un
personaje el que discurre en este libro, es el autor apenas disfrazado de ese
personaje. Se autojustifica, se autoembellece, a veces sin darse cuenta”,
señala.
En ese punto, aclara que, pese a
ello, Esteban Espósito, su alter ego en literatura, interviene por lo
menos en dos de sus novelas. Sin embargo, Castillo explica: “Yo no soy Esteban
Espósito. En Crónica de un iniciado, soy una mezcla de Espósito, Bastián
y de Santiago, y en El que tiene sed -que parece la más autobiográfico
porque estoy hablando de mi alcoholismo, tal vez Esteban esté más cerca de mí,
pero no soy yo”.
En un momento de introspección sobre
un tema que parece asimilado hace años, expresa: “Yo fui alcohólico durante
mucho tiempo y tal vez, si tienen razón los que han ido a Alcohólicos Anónimos,
lo siga siendo, aunque no beba. Ser alcohólico es una condición, es una manera
enferma de estar en la realidad, que se tome o no se tome es casi aleatorio,
alguien puede ser potencialmente alcohólico sin haber tomado nunca en su vida,
puede morirse sin saberlo”. Retomando la idea sobre el protagonista de su
libro, explica que “no solo Esteban no soy yo, sino que hay cosas que yo dejé
de poner en ese libro por increíbles, tal como fueron no las iba a creer nadie;
debí modificarlas, inventar, para hacer un texto verosímil y literario”,
porque, sostiene, “si no existe ese proceso de imaginación de lo vivido, yo
creo que no hay literatura”.
|
Anécdotas, pensamientos y mundos reales compartidos. |
Rock, box y
trebejos
En los últimos años, numerosos
grupos de distintas vertientes musicales del fenómeno conocido como “rock
nacional”, conocieron y reconocieron la obra de Castillo. Incluso, algunos de
ellos, como “Hijos de Babel”, se inspiraron en sus cuentos para dar letra a sus
canciones.
Hasta el Indio Solari, uno de los
autores más literarios del rock, habló de su admiración por Abelardo durante un
reportaje publicado en la Revista Orsai.
Sin embargo, reconoce casi con pudor
que su relación con el rock es “casi nula”. “No tengo relación con el rock
nacional, pero parece que el rock la tiene conmigo, porque El que tiene sed
a los muchachos de las bandas de rock les interesa musicalmente. Esto no quiere
decir que yo desdeñe en absoluto lo que llamamos música popular. Por ejemplo:
para mí es lo mismo hablar de Mozart o de Schönberg, de Bach o de Stravinski,
que hablar de Los Beatles o hablar de Pink Floyd. Quiero decir que me importa
la música en general cuando me agrada oírla”, dice Castillo. Y relata una
anécdota: “Hace muchos años pasaba por un lugar de música y de pronto escuché
algo que me impresionó mucho, y era un disco de Los Beatles. Entré y lo compré
y se lo regalé a Egle Martin que era fanática del jazz y del rock, y me dije:
“Acaba de empezar la música contemporánea popular”. El disco era “Revolver”.
-Hay dos
tópicos de su vida social en San Pedro, que tienen que ver con el deporte. Por
un lado el ajedrez y por el otro el boxeo. ¿Cuál es hoy su vínculo con ambos
deportes?
-“Con el
box, casi nulo. Yo boxeaba pero como nadaba, o como remaba. Como papá entrenaba
boxeadores, me entrenaba con él”.
Su padre, de quien heredó el nombre,
fue el más notorio entrenador de púgiles que dio la ciudad, mentor y propulsor
de la carrera de Lorenzo García, entre otros.
Una anécdota, sin embargo, marca a
las claras que Abelardo padre tenía en claro lo que no quería para su hijo, el
futuro escritor que sostuvo 10 combates en el campo amateur sin conocer la
derrota: “Papá no quería que yo boxeara. Una de mis últimas peleas, si no la
última, fue hecha en ausencia de mi padre. Y alguien, para hacerme una broma,
gritó desde el ring side en uno de los minutos del descanso: “¡Ahí viene
tu viejo…!” y yo ¡me quería bajar del ring!”.
La determinación de su padre
consiguió que abandonara el cuadrilátero, pero nada le haría dejar atrás el
ajedrez. “Inclusive aún hoy sigo analizando partidas o jugando. El ajedrez es
una relación entre dos, y entre dos muy parejos. Como en el box, nadie le da
ventaja al otro, ni siquiera de peso, y están vestidos igual, casi desnudos,
con guantes que son idénticos y sin más protección que su habilidad o sus
puños”, enfatiza. “En ajedrez, puede jugar un chico de quince años con un hombre
grande, pero ese chico y ese hombre, si están en la misma categoría, tienen lo
que se llama ELO en ajedrez, que es como si dijéramos el mismo coeficiente
intelectual; así que no hay ninguna ventaja, salvo el talento”, explica con
respecto a la pasión que lo hacía viajar exclusivamente a San Pedro para
participar de los torneos en el Centro de Comercio.
-El boxeo
parece más literario que el ajedrez…
-“Es casi
el único deporte literario. Ha dado grandes textos: “Torito” o “La noche de
Mantequilla”, de Cortázar, “Cincuenta de a mil”, de Hemingway. Cuando uno lee La
Illíada o La Odisea, nunca ve una batalla como se ve en las
películas, no vemos el campo de batalla desde arriba, con muchos peleando
contra muchos. Siempre son dos los que combaten. Se detiene la narración de la
historia para contar como Áyax peleó con tal o Aquiles peleó con Héctor. Y eso
es lo que se da arriba de un ring, un hombre solo contra otro”.
La
inspiración y el verso
En cada taller y en cada entrevista,
Castillo se desentiende de ese concepto indefinible con el que una mayoría de
los artistas intenta diferenciarse del resto de los humanos: la inspiración.
“Inspiración es una palabra que
inventaron los poetas románticos para justificarse a sí mismos. Pero pensemos
en una obra musical. Se supone que la inspiración es esencial, pero ¡no puede
durar el tiempo que dura la composición! ¿Cuánto tiempo le llevó a Beethoven
escribir la Novena Sinfonía? ¿Y estuvo inspirado todo el tiempo?”, se pregunta.
“No”, se responde, inmediata y contundentemente.
Ante ese planteo, considera que “es
muy probable que aquello que llamamos inspiración sea la idea súbita de la que
hablaba Thomas Mann, un recuerdo que ha quedado oculto de manera inconsciente.
Si uno se pone a pensar cómo comienza la Quinta Sinfonía (pa pa pa paaam), a lo
mejor se le ocurrió en el momento en que escuchó llamar a la puerta. Lo
importante es el trabajo de composición que hace tanto un pintor, como un
compositor de música, como un poeta: la construcción de un mundo imaginario”.
Una historia compartida con otro de
los grandes nombres de la cultura sampedrina viene a cuento para ilustrar la
idea: “Hace muchos años, acompañé a Pedro Suñer a comer a un restaurante que se
llamaba “Mieres”, en el Once. Entramos los dos y me dice “Pero mirá qué gallo
hay en ese mostrador”. Y, efectivamente, había un gran gallo embalsamado que
parecía una llamarada. Yo había ido muchas veces antes a ese lugar, y Pedro era
la primera vez que entraba. Voy y le pregunto al señor del mostrador: ¿Cuándo
pusieron ese gallo ahí? Y él me dijo que estaba desde siempre, desde la
fundación del restaurante. Yo nunca lo había visto. ¿Por qué lo vio Pedro?
Porque su mirada era totalmente distinta de la mía. Quizás yo, en ese momento,
me estaba fijando en un señor que parecía muy triste, o en una pareja que
discutía en voz baja, yo estaba inventando una historia. Pedro estaba mirando
formas y colores. Es una manera de ver la realidad. Cuando me hablan de inspiración,
primero no entiendo la palabra. Me preguntan de dónde saco los temas; y no los
saco de ningún lado, están ahí. Los encuentro. Como Van Gogh encontró la silla:
¿qué tipo de inspiración tuvo?, vio la silla y la pintó”.
-Eso
tira por la borda con mucho “verso” que tiene cierto sector de la
intelectualidad.
-“Efectivamente.
Es hacer creer que el pintor, el músico o el poeta son seres superiores que
viven en una especie de superestructura metafísica y poética, que les dicta sus
grandes formas. No es así, el arte es trabajo y concentración, e ir puliendo.
Si fuera inspiración, los escritores a los 16 años escribirían tan bien como a
los 70, cosa que se da muy rara vez, con un Neruda, con un Goethe, con un
Rimbaud. Pero son contados y se da casi siempre en la poesía, que es un idioma
que linda con lo irracional, pero cuando se trata de construir una obra…
Lo que
ocurre -esto lo explicó Edgar Poe hace muchos años, mejor que yo-, es que los
poetas para evitar que se les descubran sus mecanismos y vacilaciones, inventaron la inspiración.
Imaginación no es inspiración. Poe no creía en la inspiración y fue uno de los
hombres más imaginativos de la literatura”.
El proceso de creación del más
célebre poema del escritor norteamericano sirve para explicar la forma en que
uno de los más originales autores de la literatura llegó a su personaje:
“Él confesaba que cuando escribió
“El Cuervo”, en lo primero que pensó fue en un loro, porque necesitaba en el
poema a un animal que hablara. Pensó en el loro. Declarar, un poeta, que pensó
en un loro, era como quitarse la jerarquía. Poe no tenía ningún problema con
los loros. Después lo cambió cuando descubrió que los cuervos pueden emitir
palabras. Le vino bien un cuervo negro diciendo “Never more”. Si los que no escriben
supieran los disparates que descarta un escritor, y si el propio escritor viera con honradez sus propios
disparates que quedan publicados, se darían cuenta de que la
inspiración…. Y aún cuando exista algo
parecido a la inspiración, o
a “la idea súbita” o a ese “golpe del destino” de Beethoven, ¿cuánto
dura?”
“De centro
derecha con discurso de izquierda”
El autor de “Discusión crítica a la
crisis del marxismo” expuso, durante un fragmento de la charla, su visión
acerca de la actualidad política del país.
Castillo ve a la izquierda “muy
confusa”. “Hay todo un sector de la izquierda que no está dentro de este
proyecto”, indica, en relación a la vinculación de sectores “progresistas” con
el kirchnerismo.
“Creo que este gobierno es
tradicional, más o menos liberal con un discurso progresista y que algunos
creen hasta revolucionario o socialista, pero que sigue siendo un gobierno neo
liberal, de centro o de derecha. Me dirán, `bueno pero el socialismo es
imposible`. No sé si es imposible; yo sólo estoy diciendo lo que veo: veo un
gobierno burgués con discurso de izquierda”, sostiene.
En el mismo tenor, retoma sus
críticas históricas a la estructura partidaria del comunismo nacional: “Veo que
el Partido Comunista, que vivió equivocándose en el mundo entero más o menos
desde que tomó Stalin el poder, adhiere hoy al peronismo oficial, con tan pocos
argumentos teóricos como alguna vez cuando fue el enemigo del peronismo.
Entonces, sólo está tratando de sobrevivir, porque el enemigo de la sociedad
burguesa nunca es el peronismo realmente, es el socialismo”.
Los diarios
-Volviendo
a sus diarios y la revisión de su vida, y a esto que usted menciona de que no
le gusta ser autorreferencial en su obra, cómo se entiende esta idea de poder
publicar…
-“No sé si
se entiende… Me convenció Sylvia y, en cierto sentido, un ex alumno mío que,
cuando leyó dos o tres cosas, dijo “esto les puede servir a los demás”. Porque
ahí está contado el proceso de trabajo de Crónica de un iniciado, por ejemplo. Hay en ese
diario una frase, que escribí en algún momento, cuando tenía 17 o 18 años, que
es “contar todo lo que se me ocurre y nada de lo que ocurre”. Con Sylvia hemos comprobado que hay cosas
autobiográficas que podrían estar en el diario y que no están. Yo creo que la
realidad no se escribe, se vive; no se escribe ni siquiera en un diario. Ahora…
lo que has pensado sobre la realidad, lo que has sentido, sí se escribe. A
veces vuelvo a hechos que acontecieron un mes o hasta un año antes, y que sólo
en ese momento se me presentan claros. Porque, a veces, cuando algo te ocurre
no podés saber qué es exactamente lo que ocurrió”.
A diferencia de las memorias, los
diarios expresan los pensamientos y los sentimientos del momento, y valen como
testimonio complementario del proceso creativo del autor.
“Por eso los diarios están llenos de
angustia y de tremendismo. Uno va a escribir su propio diario cuando se siente
mal. Nadie dice hoy me levanté fenómeno, qué día tan lindo…, además sería
aburridísimo. Entonces el lector piensa: ¡cómo sufren los grandes creadores que
escriben diarios! No, escriben los días que sufren. Para evitar ese indecoroso
pasaje al sufrimiento, siempre quise escribir sobre lo que pensaba de las
cosas, también sobre lo que me pasaba, por supuesto, que son como escenas de un
rompecabezas de mi vida real. Ahora, lo que vos preguntaste es muy conflictivo
para mí, porque yo no sé si hay derecho a publicar los diarios.
Iparraguirre pide intervenir,
sintiéndose responsable de la idea. “Lo convencí a Abelardo porque él llevó sus
cuadernos manuscritos a lo largo de décadas sin ninguna intención de
publicarlos”, cuenta su esposa. “En los años noventa, cuando le regalaron la
primera computadora, empezó a pasar la pila de cuadernos manuscritos, y era
como una especie de práctica manual porque pensaba que nunca iba a poder a
acostumbrarse al teclado de la PC. Estaba acostumbrado a la máquina de
escribir. Tuvo la increíble constancia de pasar más de mil páginas. Ahora, creo
objetivamente que es un texto que acompaña su obra de ficción de una manera
sorprendente. No se trata de autorreferencialidad, no es un diario chismoso. Hay como tres
direcciones que se alternan y entrecruzan. Uno es el diario personal, que
empieza mucho antes del servicio militar, desde San Pedro, y continúa siempre;
otro es un diario de lecturas, incluso de lecturas de filosofía que hace desde
muy temprano; y un tercero, el de un testigo de cincuenta años de realidad
argentina. Pero sobre todo, creo yo, lo que impresiona son dos cosas: la
sinceridad, y que se trata del diario de un lector, de un gran lector.”,
explica Sylvia.
El final de la entrevista con
Castillo se vuelve más interesante aún, cuando accede a leer él mismo algunos
pasajes de sus diarios y comparte, como en una charla entre amigos,
pensamientos de su juventud, su extraordinario “encuentro” con un toro durante
una caminata por un campo de Olavarría (donde hizo el servicio militar), y
otras reflexiones y anécdotas que más adelante serán publicadas.
Gabriel Stringhini y Felicitas Bernasconi