Donde hubo un clásico, nace otro.
(Por Román Solsona)
Con el paso del tiempo se gana la
destreza de citar a diferentes autores para legitimar el pensamiento propio. Además,
claro, es una buena manera de invitar a leer. Acá va: "Un hombre puede
creer o no creer, eso es cosa suya. Porque es su propia vida la que apuesta por
la fe, la incredulidad, el amor y la inteligencia. Y no hay sobre la tierra
otra verdad más grande para el espíritu humano que esta gloriosa y humilde
condición. El hombre arriesga su propia
vida cada vez que elige y eso lo hace libre." Lo dijo Máximo Gorki. O
más bien lo dijo Héctor Alterio, en Caballos Salvajes. El ruso Gorki fue quien
lo escribió. Lo que sigue tiene que ver con elegir,
por eso la referencia.
Librería Leder Kremer nunca fue un comercio más. Podrá considerarse un
sitio para el intercambio cultural o un buen escondite para la imaginación,
pero no cabe en la caracterización tradicional de un negocio céntrico. Levantar lanzas en torno a esta librería y no
dejarla caer así nomás, defenderla del paso del tiempo, es un símbolo y también
es un homenaje a su creador. Yo me hice cargo de Leder Kremer en el año 2011 y
mantuve el nombre durante un lapso prudente, pero llegó el momento de hacerla
más hoy, más generacional. Eso,
claro, sin perder el sentido del reconocimiento. Y acá es donde cabe Abelardo
Castillo. El primer libro que tuve en las manos fue Cuentos Crueles, y después
vino todo lo demás. Si hoy puedo darme el gusto de andar entre las palabras, de
imaginarme en medio de esos mundos reales, es porque enloquecí con aquellos
relatos de Castillo. Y, naturalmente, no podría llamar de otro modo a este
lugar: Abelardo Libros. Es justo
para los tres. Para Salomón, quien apostó en un pasamano por alguien que
pudiera defender la librería; para Abelardo, quien se vio salpicado en un
pequeño homenaje de la ciudad que se re descubre entre sus escritos; y para mí,
porque elegí creer en ésto como un signo de subsistencia de la creatividad del
hombre y la mujer.
Unos la seguirán llamando Leder Kremer, y
está bien; otros empezarán a asimilarla como Abelardo Libros. De cualquier modo
eso importa poco. Cada uno, como puede. Nombrar a las cosas por su nombre ya resulta
menos vital que reconocerse en ellas: Reconoserce.
Entonces,
como sea, los espero para reinventarnos juntos. En nuestra ciudad, en el mismo
lugar de siempre, en el único espacio reservado exclusivamente para el libro,
donde no hay más que poetas recitando a los gritos y novelistas que quieren
contar su historia. Si el tiempo es un
gran aliado, podremos decir “Donde hubo un clásico, nace otro.”