El diario “El Día”, de La Plata,
publica hoy un original informe elaborado por Patricia Serrano, sobre los “antifiestas”,
aquellos que eligen no participar de los festejos de fin de año, o lo hacen en
soledad.
Uno de los testimonios
principales corresponde al sampedrino Raúl Gaido, actualmente radicado en La Plata.
La nota explica sus fundamentos
en el primer párrafo: “No podés dormirte
antes de las 12. No importa si tenés sueño o te sentís mal. No podés estar de
mal humor o desganado o deprimido. Tenés que ser pura sonrisa. Ese día, bajo
ningún punto de vista, podés estar preocupado. En cambio, tenés que creer que
todos los problemas se solucionarán con el nuevo año. También tenés que estar
lindo, dispuesto a repartir besos y felices fiestas a todos. El 31 de diciembre
unifica, aplana, despersonaliza: todos juntos, todos felices, todos brindando”.
El apartado dedicado a Gaido se
titula “El hombre que está solo y
disfruta”:
Raúl Gaido, empleado platense,
podría ser un tipo aburrido. Vive solo, no celebra las fiestas de fin de año y
prefiere comunicarse con la mayoría de la gente a través de las redes sociales.
Pero las apariencias engañan: este
hombre de 51 años es, en verdad, muy divertido. Ahora, mientras tomamos jugo
exprimido en el centro de La Plata no podemos dejar de reírnos. R
Raúl cuenta sus anécdotas para
evitar las fiestas y yo las anécdotas del festejo de familia numerosa, como el
año que una tía decretó que cada uno se llevaba sus platos sucios a lavarlos en
casa.
Si la imagen del fin del mundo no
la hubiera dado Hollywood, probablemente no existiría otra mejor que la tarde
del último día del año: supermercados colapsados y desabastecidos, consumo
descontrolado como si no existiera un mañana, personas que comen y toman como
si guardaran reservas de grasas para una época de hambruna. Bocinazos. Tensión.
Peleas. Y mucho, pero mucho calor. El infierno, podríamos decir, viene en
envase de fiestas
Los antifiestas se definen de
adolescentes: su primera vez fue a los 15 años. Vivía en San Pedro, provincia
de Buenos Aires, y toda su familia (padres más dos hermanas) viajó a pasar fin
de año a otro pueblo. Raúl consiguió la excusa perfecta: no podía perderse el
Baile del Náutico.
A las 12 de la noche, estaba
sentado, las patas en la silla. Comía un churrasco con huevos fritos, tomaba
jugo diluido y miraba en la tele a Rafaela Carrá.
-La fiestas no me molestan si son divertidas y no por obligación. Pero
vivo como un drama festejarlo por presión social. No celebrar también es un
aprendizaje, vas probando año tras año. Ahora yo lo vivo como un día más.
No siempre fue tan fácil. A los
21 años, justo después de la muerte de su madre, Raúl volvió a su pueblo para
celebrar con su papá. Quería cumplir con su deber de hijo. El tiro le salió por
la culata. El padre lo llevó a una cena de una familia amiga, donde casi todos
estaban peleados. No fue nunca más.
Ya en pareja, su novio puso en
una frase la solución perfecta: “nosotros
somos una familia, no necesitamos nada más”.
“Yo vivo solo los 365 días del año, por qué no voy a estar solo en las
fiestas”, argumenta Raúl y después enumera las mentiras que se inventa para
que no lo molesten porque, dice, la gente no puede aceptar que no quieras
celebrar, se pone mal.
Tiene tres historias evita
fiestas favoritas: la prima lejana que viene de visita, el perro miedoso a los
cohetes que no puede dejar solo y un viaje a la costa para festejar en familia.
“Yo le recomiendo a toda la gente que se queja en las fiestas que dejen
de festejar y listo”, dice riéndose y cuenta las ventajas de hacer del 31
un día más: come según el clima, nada de un lechón cocinado a 35 grados bajo el
sol, mejor una ensalada de tomate; no se vuelve loco en las colas de los
supermercados; hace lo que disfruta hacer en una noche de verano.
Su plan este 31: cena liviana y
una temporada de The Big Bang Theory. Sin brindis a las 12.
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