Bajo el título “La extranjera”, la
revista “Debate” publicó en su última edición una nota con la sampedrina
Fernanda García Curten, en relación a su novela “La reemplazante”.
“Fernanda García Curten debutó como novelista con La reemplazante,
donde pinta un México como escenario vivo con pistas autobiográficas, una pluma
extrañada y con trazo de mujer" comienza Sebastián Basualdo, para agregar luego que "la novela dialoga con obras como
Bajo el volcán de Malcolm Lowry y El extranjero de Camus, es decir, se inserta en
una tradición literaria bien definida".
"La lectura de Bajo el volcán fue
anterior, no sólo a la escritura de la novela, sino a la mera idea de que
México, como escenario vivo o simbólico, fuera a estar en algún texto propio.
Con el paso del tiempo y mi paso por el México real, aquella primera Bajo el
volcán se volvió relectura. La genial concepción de Lowry, México como metáfora
del mundo, como paraíso infernal, me dejó una marca profunda que recién se
manifestó con los años, cuando de alguna manera me sentí identificada con esa
idea. Salvando todas las distancias, el personaje de la reemplazante estaría en
las antípodas del cónsul, no sólo por ser mujer -lo que proyecta una mirada
particular desde lo femenino-; al otro lado del volcán de Lowry, Nadia
experimenta una especie de antidelirium
tremens. Porque su síndrome de abstinencia o su “delirio” se funda,
contrariamente al del cónsul, en su sobriedad extrema, en su borrachera de
control. Un personaje la describe como “perdidamente sobria”. En cuanto a El
extranjero, otro libro que amo, en ese entonces no lo asocié con mi historia.
Lo insólito es que antes de encontrar por completo al personaje sentí que mi
novela se podría haber llamado La extranjera. Otra influencia crucial e
imprevista fue la lectura de La serpiente emplumada. Yo entonces trabajaba en
una librería y el libro cayó en mis manos. Me encontré deslumbrada por ese
triángulo inquietante de personajes, sobre todo por la construcción que logra
D.H. Lawrence del personaje de Kate, a quien reconozco como inspiración para
Nadia. Asumí que nunca podría escribir La serpiente emplumada y entonces me
salió La reemplazante.
Tu producción es esencialmente
cuentística. ¿Cómo fue el salto a la novela?
Una cosa era escribir cuentos y a lo sumo potenciales buenos pasajes de
novela, y la otra hacer que el nuevo texto funcione como un todo que se
justifique a sí mismo, y que además sea una visión del mundo. Creo que lo más
difícil era convivir con aquello, algo un poco monstruoso, torpe e incompleto,
pero vivo. Con un sentimiento de absoluto que iba creciendo con el tiempo, ya
sin retorno, no estar segura de si eso podría alcanzar una vida legítima.
Mi maestro Abelardo Castillo nos alertaba: la escritura de una novela
podría volverse una coartada, el autoengaño de que se está trabajando en algo
Más allá de las diferencias
formales, ¿qué posibilidades ofrece la novela que no encontrás en el cuento?
Con los cuentos me resulta más natural captar la idea de “totalidad”.
Por extenso o complejo que sea, uno lo puede ir encauzando. Y el cuento no es
habitable. Uno lee un cuento casi aguantando la respiración hasta el final y lo
escribe como eso que hay que sacarse de encima. Para cierto tipo de escritor,
el horizonte novelístico puede resultar muy atractivo ya que se puede habitar
una novela, y quedarse a vivir allí. Esto es lo peligroso. Recuerdo siempre el
sabio consejo que me daba mi maestro Abelardo Castillo, que la idea de estar
escribiendo una novela no se volviera una especie de coartada, el autoengaño de
que se está trabajando en algo, un virtual refugio. La novela da una falsa idea
de libertad total, las paralelas se cortan en el infinito y en los mejores
sueños todo podrá cerrar y encontrar el sentido. Pero las posibilidades que se
abren son navajas de múltiples filos. De un cuento que falla, que no logra ser
ese “temblor de agua dentro de un cristal” como decía Cortázar, puede hacerse
el duelo; en cambio, si falla un proyecto de novela que se ha vuelto para su
autor la absoluta e ineludible Tierra de Nunca Jamás, el resultado podría ser
fatal.
La novela plantea una cuestión
interesante en relación a la mirada de la mujer consigo misma y a través de los
hombres. En el caso de La reemplazante,la mujer está representada por una
bailarina. ¿Podría ésta representar a lo que socialmente se espera de la mujer
en general?
Nunca me pregunté si funcionaría como arquetipo de la mujer, ni
siquiera recuerdo habérmelo planteado. La elección del personaje tuvo que ver
con mi experiencia personal: soy mujer y conocí la profesión de la danza desde
adentro. La cuestión para mí era cómo hacer para no elegirlo. Un protagonista
para quien su propio cuerpo es central, un instrumento que trabaja aparte de
uno mismo y a la vez es uno mismo, y el único nexo que se tiene con el mundo.
Posteriormente fui encontrando justificaciones muy interesantes, lo real es que
no pude ni quise escribir sobre otra cosa. El cuerpo como forma de libertad y
como obstáculo, como alma expuesta y como defensa. Y acá siento que hablo de la
mujer en sí. En la tradición bíblica la mujer parece introducirse como una
suerte de prestación: nuevas comodidades para el hombre en el Edén, o será
preciso decir “incomodidades”. La mujer es lo distinto; ella no es la habitante
original del Paraíso. Es un poco la extranjera, quien debe comportarse,
demostrar, maquillarse, imponerse, sobreponerse, contenerse, confundida quizá
entre lo que se espera de ella y quién es en realidad, teniendo que dosificar
lo que se muestra y lo que se oculta en un complejo equilibrio. En esta novela,
al parecer, los hombres son los habitantes originales, los dueños de la
realidad, aunque bien podría decirse que son los otros, sin género, es decir,
todos los que no son la reemplazante. Ella es la extraña que no termina de
habitar la realidad. Doblemente extranjera cuando lo es, además, en su rol.
Nadia viaja a Puebla para
reemplazar a una bailarina que parece encarnar la perfección, pero también
podría pensarse como un ideal que no todos alcanzan.
Y precisamente ese ideal no aparece en carne y hueso. La perfección no
puede corporizarse nunca porque lo que hay -lo real- es justamente lo
imperfecto, lo incompleto. De hecho, Ingrid Münch no es un personaje
constituido. Al menos en esta novela, es apenas una imagen, un nombre
deliberadamente impronunciable que se manifiesta sólo a través de la conciencia
de Nadia, es decir, podríamos pensar que hasta es una construcción de Nadia.
¿Qué pensás sobre la necesidad
temprana de descubrir una vocación artística y ajustar tu vida a ella?
Cuanto antes se pueda poner en ella la energía necesaria para
desarrollarla, mejor. Si a lo largo de la vida uno sigue sintiendo esa misma
vocación, grandioso. Pero esto es relativo. ¿Es más importante enamorarse
tempranamente, o ser padre antes o después en la vida, importa eso en verdad?
Es cierto que hay disciplinas tan exigentes con el físico, como es el caso de
la danza o del deporte -donde no sólo hay que ser ejecutante sino forjar el
instrumento-, que pareciera que primero hay que empezar a formarse y después
preguntarse: ¿realmente es esta mi vocación? También puede pasar que esa clara
vocación temprana no siga siendo tan clara con el paso de los años. En mi caso,
sólo puedo responder que sobrellevo haber descubierto mis vocaciones, tempranas
o tardías, a tiempo.
Señas particulares
Nacida en San Pedro en 1968,
Fernanda García Curten es una de las autoras más singulares de la actual
narrativa argentina. Publicó libros de cuentos como La noche desde afuera y
Cuentos condenados, que han recogido premios tanto nacionales como
internacionales, pero el gran salto lo dio a partir de la publicación de esta
primera novela. La reemplazante, recientemente publicada por el sello Bajo la
luna, narra el viaje que realiza una bailarina de ballet a Puebla, México, para
representar Sylphide, junto a la Compañía Estatal. Leída en clave, la novela
plantea una compleja mirada sobre el universo femenino en una sociedad donde la
ideología machista opera como único modo de leer lo real”.