Bajo el título “Una amistad de
literatura fantástica”, la revista “Ñ” de Clarín publica en su última edición
la historia del inicio de la relación entre Abelardo Castillo y Julio Cortazar.
Diego Erlan, autor del
artículo, confirma que “cuando Cortázar era casi un desconocido, Abelardo
Castillo escribió la primera crítica a uno de sus libros”.
Una carta como respuesta a la
crítica de “Las armas secretas” escrita por Castillo para el número 2 de la
revista literaria “El Grillo de Papel”, marcó el comienzo del vínculo entre dos
de los más notables autores argentinos.
A continuación, reproducimos
el texto:
“Una amistad de literatura
fantástica”.
POR DIEGO ERLAN
"Según Julio Cortázar, la
primera persona que hizo “una tentativa seria y bien pensada de entender y
juzgar” sus relatos fue Abelardo Castillo. “Lo que verdaderamente agradezco es
su punto de vista, su aproximación a lo reseñado, su búsqueda de motivos
profundos y de perspectivas que quiebren la habitual inanidad de los epítetos
prodigados al voleo. Harto de leer reseñas basadas en la solapa de mis libros,
encuentro por fin una página que revela un estudio a fondo, una confrontación
de toda nuestra realidad o irrealidad literaria, y sobre todo una honradez nada
frecuente en nuestro medio”, escribió Cortázar, disculpándose tal vez por su
torpeza, el 14 de enero de 1960, en una carta mecanografiada con destino a la
calle Maza 1511 que en este enero de 2014, quizás el día más caluroso de los
últimos años, Castillo accede a mostrarme de entre sus papeles, entre la
correspondencia de aquel autor que por entonces, en el ambiente literario
argentino, era casi un desconocido.
Para entender la relación que
tuvieron ambos autores habría que remontarse a otro enero, esta vez de 1954,
cuando la revista Buenos Aires Literaria publicó el cuento “Torito” que pocos
años después Humberto Costantini le recomendaría leer a Castillo. O hasta la
traducción de las obras en prosa de Edgar Allan Poe publicadas por la
Universidad de Puerto Rico en 1956. Sin embargo, a Castillo, en esos días, le
costaba identificar como la misma persona al autor de ese cuento realista, al
Julio A. Cortázar que firmaba la traducción de su admirado Poe y, por último,
al Julio Cortázar que en 1959 publicó a través de Sudamericana los cuentos de
Las armas secretas . Este libro, gracias a la visión y perseverancia de Paco
Porrúa, llegó a los estantes de las librerías argentinas y a la redacción de El
Grillo de Papel para que Castillo, antes de un viaje en tren a San Pedro,
decidiera reseñarlo para el número 2 de la revista que salió en diciembre de
1959.
“Si fuésemos críticos de
oficio, y este país otro, conocer tan mal a Julio Cortázar podría resultar
imperdonable”, escribió Castillo en aquel texto. “Pero, por fortuna, nuestro
remoto emparentamiento con esa discutible disciplina es fortuita, y, por
desgracia, este país es éste.” Castillo se refería a que la crítica literaria
argentina trabajaba sin Arlt, sin Marechal y sin Arturo Cancela y “en ese hueco
cae Cortázar como una explosión: con él la literatura argentina había empezado
a dejar de ser tan provinciana”, dice ahora, mientras recuerda aquella época,
sentado junto al ajedrez que gobierna el centro del living de su casa de la
calle Hipólito Yrigoyen. Básicamente, Castillo dejaba claro que siendo Borges
un autor admirable (que su generación, por falta de imaginación, abominaba),
Cortázar, siendo menos riguroso (con cuentos que tenían características de
novela o relato), puede de todos modos reinventar al ser humano. No sólo eso:
también identificaba a la narrativa de Cortázar como esencialmente fantástica,
y “El perseguidor” como una historia excepcional basada en la biografía de
Charlie Parker (dato que hasta ese momento nadie se había dado cuenta) y a “Las
armas secretas” como un gran cuento con un final defectuoso ya que “hubiese
ganado intensidad” sin el diálogo final entre Roland y Babette.
Eso le gustó a Cortázar. “Me
gusta que no le guste el final de ‘Las armas secretas’. Tiene toda la razón del
mundo. El diálogo de Roland y Babette figuraba antes del final en la segunda
versión (porque hubo tres), pero después lo puse a lo último y probablemente me
equivoqué; la verdad es que ese cuento es uno de los que me han dado más
trabajo, sin dejarme nunca satisfecho. Con respecto a ‘El perseguidor’, adivinó
bien: Johnny es el ‘Bird’ y la dedicatoria está allí para que cualquiera que
sepa algo de jazz se dé cuenta. Los episodios son en gran parte inventados,
pero algunos (Johnny arrodillado en la terraza del café, Johnny incendiando el
hotel, las historias de Johnny con su mujer, y el dolor que le causa la muerte
de su hija) salen directamente de un artículo de Leonard Feather, publicado en
la revista del Jazz Club de Francia luego de la muerte del ‘Bird’. Lo que hice
fue desplazar la acción a París, puesto que no conozco los EE.UU. y crear un
Johnny muy mío partiendo del esquema necrológico de Feather. De paso le diré que
‘Amorous’ es en realidad la famosa grabación de Lover Man , que Parker
improvisó bajo los efectos de la droga, y que siempre quiso destruir. Aquí en
B.A. se podía comprar por 4 pesos en 1949. Pero en esa época mucha gente seguía
creyendo que lo mejor del jazz era todavía Ellington. Y basta de lata. Me he
dado un gusto charlando un poco con usted en la única forma en que podía
hacerlo. Quizá alguna vez nos conozcamos. Por ahora, un abrazo de su amigo.” Y
el trazo de la firma al pie sellaba el comienzo de una amistad a pocas horas de
partir en barco de regreso a Francia.
Castillo dice que en ese
momento, en los sesenta, faltaba todavía leer la gran novela ciudadana que la
literatura argentina tenía pero aún pocos (demasiado pocos) conocían. Porque
estaba Marechal, estaba Arlt y estaba Arturo Cancela, “pero esos tres
escritores, para nosotros –dice Castillo–, eran la nada, por muy diferentes
razones”. Y entonces volvió a aparecer Cortázar con un porteño de los años 40
que fascinó a todos, con una prosa soberbia, una historia inolvidable y un
acierto, a juicio de Castillo, que pertenece netamente al plano literario: y es
que La Maga tuviera precisamente ese nombre. “El acierto de Rayuela no es tanto
el personaje de La Maga sino el nombre, Cortázar instaló un personaje que no sé
si está del todo en la novela, pero que rodea de una jerarquía literaria y se
transforma en arquetipo.” En persona se conocieron recién a principios de los
70, y la primera vez que Julio Cortázar cruzó la puerta de la casa de Castillo
empezó a sonar en la radio un tema de Charlie Parker. La anécdota la recuperó
Castillo para su libro Ser escritor de las páginas de su diario íntimo, que
ahora termina de corregir. En ese mismo instante Cortázar sonrió y comentó “qué
linda música” mientras que el otro, tal vez por vergüenza, intentó explicar que
la puesta en escena no había sido armada a propósito sino, aún mejor, una
virtud del azar. Cortázar no le dio mucha importancia porque, según decía, eran
habituales en su mundo. Para Cortázar esas eran el tipo de cosas que debían
sucederle a un escritor.
Castillo aprovechó aquella primera carta para
pedirle algunos cuentos inéditos a Cortázar. Y Cortázar, a su vez, aprovechó el
pedido para que Castillo le enviara los suyos. Así lo hicieron y en el mismo
envío se cruzaron “Continuidad de los parques” e “Historia para un tal Gaido”.
Es decir, la historia de un lector que termina siendo asesinado por el
personaje del cuento que está leyendo y la historia de un autor asesinado por
el protagonista del cuento que está escribiendo en ese departamento de la calle
Maza. Casi la misma idea. Esas son las cosas que deben pasarle a los
escritores, solía decir Cortázar. Son esos extraños dibujos que traza la
realidad”.