La sampedrina Clarisa Veiga, Licenciada
en Ciencias de la Comunicación, es coordinadora de prensa y difusión de Abuelas
de Plaza de Mayo. Esta columna de opinión fue publicada en la edición de hoy
del diario “Página 12”, al cumplirse 39 años del Golpe de Estado de 1976.
Muchas han sido las políticas
e iniciativas destinadas a la localización y restitución de nietas y nietos
apropiados por el terrorismo de Estado. Pero estas decisiones y proyectos, se
sabe, no sólo cumplen y promueven derechos: además, construyen sentido.
Sentidos que se articulan en el discurso que han ido afianzando una
representación sobre la identidad de los nietos y nietas restituidos por
Abuelas de Plaza de Mayo.
Desde hace décadas los
teóricos sobre identidad piensan a los grupos identitarios como actores
políticos. Autores como Stuart Hall, Renato Ortiz o Leonor Arfuch explican que
las identidades nunca están construidas por fuera de las representaciones y
que, por tanto, existen acciones que contribuyen a fortalecer ciertos
discursos, en los que los sujetos pueden reconocerse con sus diferencias y
similitudes.
En esa línea, resulta
interesante analizar cómo algunos gestos y políticas de la última década
permitieron completar el significante “nieto/a restituido/a”. Hacia finales de
2002 habían recuperado su identidad 72 de los 500 nietos robados y apropiados
durante la última dictadura cívico-militar. Sin embargo, en el imaginario
social, los discursos sobre los nietos restituidos estaban ligados usualmente a
representaciones como víctimas o hijos de desaparecidos; cuando no, a hijos “de
subversivos”, doblemente victimizados por la apropiación y luego la
restitución.
Muy diferentes son hoy los
significados ligados a la representación de los nietos y nietas que recuperaron
su identidad: ellos se han constituido como sujetos políticos, históricos,
abiertos a las contingencias que les tocó y toca vivir. Ciento dieciséis son
los casos resueltos por Abuelas de Plaza de Mayo a la fecha y la legitimidad de
su lucha contribuye a la construcción y visibilidad de una identidad que antes
intentó ser negada.
Durante estos doce años se ha
librado una batalla por el sentido en múltiples direcciones. Diversos actores
–organismos de derechos humanos, el gobierno nacional, distintas organizaciones
sociales y culturales– consolidaron discursos tendientes a afianzar una
identidad nacional que valoriza el pasado militante, el compromiso con el otro,
la defensa de los derechos humanos y el derecho a la identidad. Sitios de
memoria, actos recordatorios, baldosas que recorren las ciudades indicando
lugares donde fueron secuestrados hombres y mujeres en dictadura, son algunos
ejemplos. También lo son políticas como la creación de la Unidad Fiscal para la
búsqueda de hijos de desaparecidos o el fortalecimiento de la Comisión Nacional
por el Derecho a la Identidad (Conadi).
Estas representaciones fueron
construyendo la identidad de los nietos restituidos, que como toda identidad
está en permanente construcción. Lentamente, los nietos recuperados por las
Abuelas de Plaza de Mayo se fueron haciendo visibles en la escena pública y
llenando aquel significante vacante que los genocidas y apropiadores aún hoy
intenta disputar.
Uno de los hitos en la
construcción de las representaciones sobre la identidad de nietos y nietas
restituidos puede hallarse en el discurso que pronunció Juan Cabandié, nacido
en el centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA, cuando Néstor
Kirchner recuperó ese espacio el 24 de marzo de 2004. “Tuve mucho tiempo de
búsqueda, y hace dos años, sin tener elementos fuertes, le puse nombre a lo que
buscaba. Soy hijo de desaparecidos”, afirmó Cabandié. Su identidad negada se
hizo visible ante miles de personas que se encontraban fuera del predio,
presenciando uno de los gestos más simbólicos del kirchnerismo en la
restitución de sentidos apropiados por la dictadura.
Renato Ortiz explica el rol
fundamental que juega la memoria colectiva: debe luchar constantemente contra
el olvido. Y en las selecciones es donde se construyen diversos significantes
que pugnan por imponer sus sentidos. En su discurso de asunción, en mayo de
2003, Néstor Kirchner dijo: “Vengo sin rencores, pero con memoria”. Esa frase
se fue convirtiendo en decisiones políticas. En noviembre de ese año se
convirtió en el primer presidente en reunirse con nietos y nietas restituidos.
Allí, los jóvenes le solicitaron que se agilizaran los trámites relacionados
con exámenes genéticos de los posibles hijos de desaparecidos; que se incluyera
en los planes de estudio el relato de lo ocurrido durante la dictadura; que se
indemnizara a quienes nacieron o estuvieron en centros clandestinos de
detención; y solicitaron apoyo para la apertura de los archivos que puedan
aportar información sobre el destino de los desaparecidos.
En todas esas líneas se avanzó
en estos años. Nietos y Abuelas fueron haciéndose cada vez más visibles en la
escena pública y diversos sectores se hicieron eco de sus búsquedas y
reivindicaciones. Las políticas de Estado –antes reclamos históricos de los
organismos– fortalecieron esas representaciones y buena parte de la sociedad se
adhirió a esa batalla cultural. Un ejemplo emblemático es la emisión, en 2006,
de la novela Montecristo por Telefe, que introdujo la problemática de la búsqueda
de los hijos de desaparecidos al interior de todos los hogares. En esa
adaptación contemporánea de la obra El conde de Montecristo, de Alejandro
Dumas, uno de los personajes era una nieta apropiada que a lo largo de la
novela recuperaba su identidad.
En el espacio público se
dirimen las batallas culturales, ideológicas, en la que priman algunos sentidos
por sobre otros. La identidad de los nietos restituidos sólo puede pensarse,
plantearse y defenderse en ese campo. Hoy la restitución de los nietos apropiados
pasó a ser un reclamo colectivo y la construcción identitaria un deber de todos
como ciudadanos.
En el libro Memorias
fraternas(1), fruto de una investigación realizada en los albores del
kirchnerismo, vislumbrábamos algunos significados, pero no encontrábamos
representaciones claras de la identidad de los nietos y nietas restituidas.
“Consideramos necesarias políticas que fomenten prácticas que contribuyan a la
institución de la significación de ‘jóvenes propiados/restituidos’, esto es
personas que han sido secuestradas y a quienes se les ha falsificado la
historia, pero que aún así se constituyeron como sujetos y fueron encontrando
en esa historia representaciones de sí mismos que los conformaron como
poseyendo un ser.” Hoy los Nietos y las Nietas son reconocidos como hijos e
hijas de militantes políticos, con sus propias trayectorias, buscados y
restituidos por Abuelas de Plaza de Mayo; sujetos libres, portadores de una
historia que les permite reconocerse en las similitudes y diferencias con sus
padres desaparecidos.
Muchos nietos y nietas son
militantes políticos reconocidos en la escena pública, y también ocupan cargos
ejecutivos o legislativos, en distintos bloques partidarios. Esos hombres y
mujeres, a quienes el Estado terrorista quiso borrar su origen –y, con ellos,
su identidad, su posibilidad de reconocerse y diferenciarse en su historia
familiar– son la muestra de que esa batalla cultural está siendo ganada.
Ese es el significante ganado:
una representación de los nietos y nietas restituidos que los reconoce como
sujetos de derecho, sujetos históricos y como tales sujetos políticos.
Por eso, no es casualidad que
los últimos dos nietos que recuperaron su identidad hayan acudido a Abuelas de
Plaza de Mayo a poco de enterarse que no eran hijos de quienes decían ser sus
padres. Tanto Jorge Castro Rubel como Ignacio Guido Montoya Carlotto sintieron
la responsabilidad de reconocerse en ese significante que los tiene como
sujetos políticos. Porque, como desde hace más de tres décadas proclaman las
Abuelas de Plaza de Mayo, “hasta que no aparezca el último nieto restituido, la
identidad de todos está en duda”.
(1) Teubal, Bettanín, Veiga, Villalba, Palacios,
Rodríguez, Memorias fraternas. La experiencia de hermanos desaparecidos, tíos
de jóvenes apropiados durante la última dictadura militar, Eudeba, Ciudad de
Buenos Aires, 2010.