Carta de desagravio a un amigo
La carta que se publica a continuación llegó a la redacción de "Noticias San Pedro" esta semana, en relación a los hechos acontecidos en un partido del campeonato interno de fútbol del Club Náutico.
Bajo el título "Carta de desagravio a un amigo", éste es el contenido de la misiva:
"Este texto no es neutral, ni
inocente. Está escrito desde la bronca y la indignación que provoca todo
linchamiento público sin argumentos. Esta carta pretende salvaguardar la
humanidad, el buen nombre y el honor de Gabriel Guereta, quién se ha convertido,
luego de un desdichado accidente deportivo, en objeto de difamaciones públicas,
mediáticas y hasta judiciales, por parte de un coro de vengadores seriales que
obviaron con total impunidad las consecuencias negativas que el acusado y su
familia podían padecer. Hay ocasiones en las que la reflexión es la forma
primaria de la lucidez; esto es lo que requiere el caso y faltó hasta el
momento: pensar. Y después de pensar, sentar posición. A eso nos disponemos.
Vayamos a los hechos: partido de
fútbol del campeonato del CNSP jugado entre Los Pucará y El Bala Perdido.
Guereta, arquero de Los Pucará, sale fuera del área a cortar un pelotazo con
tanta mala fortuna que el delantero rival, Marcelo Farías, llega antes a la
pelota y recibe un golpe con la cabeza de parte del guardameta que le provoca
graves heridas en el maxilar superior. Los que entienden de fútbol saben que
este tipo de jugadas se da habitualmente y se conoce como “choque de cabezas”.
Cualquiera se dará cuenta, incluso aquellos que no les interesa este deporte,
que un “choque de cabezas” se produce, indefectiblemente, sin ningún tipo de
mala intención de los implicados. Es un accidente futbolístico no determinado
por la voluntad de los jugadores, sino una fatalidad lamentable que habita como
posibilidad en cualquier deporte de contacto físico. Juzgar como
malintencionado o “mala leche” el comportamiento del arquero por esta jugada es
crear una realidad ficticia que no se ajusta a los hechos. ¿Alguien, en su sano
juicio y siendo objetivo, puede creer que si un jugador de fútbol tiene la mala
intención de golpear y herir a un compañero va a elegir hacerlo con la cabeza?
¿No demuestran los cortes que también Gabriel padeció, y todos los presentes lo
vieron/vimos, que no hubo nada que se le parezca a un comportamiento
malintencionado?
Luego del accidente narrado
sucedió lo inexplicable. Se armó (¿armaron?) un escándalo ridículo que incluyó
rumores de “juntas de firmas” para suspender de por vida a Guereta de los
campeonatos de fútbol del club, señalamientos difamatorios públicos al acusado
y su familia, denuncias en la comisaría por “lesiones graves”, linchamiento
mediático tratando el tema sin la menor seriedad, suspensión de la fecha
siguiente para supuestamente “calmar aguas”, entre otras cuestiones, que generó
en el imaginario colectivo social la idea del “bueno” (la víctima herida que
merece justicia) y el “malo” (el arquero mala leche que merece un castigo
ejemplar). Teniendo en cuenta que todo fue provocado por un accidental choque
de cabezas en un partido de fútbol, ¿es justo que una persona cargue con la
cruz de ser el mal que hay que erradicar?
Respecto de Marcelo Farías no
hace falta decir que deseamos su pronta recuperación y lamentamos profundamente
lo sucedido. Pero la empatía que siempre generan las víctimas no nos puede
quitar la reflexión, aún a riego de ser tratado como un desalmado. ¿Hacía
falta, señor Farías, policía de Baradero, mentir como lo hizo en la denuncia
que efectuó en la comisaría acusando haber recibido un codazo cuando todos, incluido
usted, sabemos que eso nunca ocurrió? ¿Es esa la probidad moral que ejerce como
funcionario público? ¿Conoce el delito de calumnias e injurias? ¿No incurrió
usted en él teniendo en cuenta su mentira planificada ante la institución
policial? ¿Por qué no dice públicamente que Gabriel Guereta, con su mejor buena
voluntad, se acercó hasta usted y su familia para disculparse y ofrecerse para
lo que necesitara? Más allá de esto vale insistir, la cuestión excede a Marcelo
Farías, a quién esperamos ver pronto otra vez dentro de una cancha de fútbol.
El problema es el escándalo al que contribuyó a fomentar. Porque todo escándalo
es una acusación pública que implica un castigo para el acusado, castigo que es
reconocido por muchos como legítimo y deseable, aún en la falta de pruebas y
sin importar los daños ocasionados. Sin embargo, para que la degradación del
acusado sea exitosa requiere como contratara la exaltación de la figura del
denunciante, cuyo status moral lo convertiría en un portavoz de ciertos valores
éticos compartidos. ¿Cómo sostiene el acusador su moral impoluta después de
efectuar una denuncia falsa? La mentira del denunciante exalta la figura del
denunciado y lo ennoblece, exculpándolo.
También hace falta reflexionar
sobre la actuación de los medios masivos de comunicación, porque todo escándalo
para formarse necesita de la fortaleza que le da la publicidad. ¿Hace falta
titular “Un jugador sufrió múltiples fracturas en el rostro por un codazo en un
partido de fútbol” como la hizo notisanpedro? ¿Ese título no da por hecho, como
una verdad revelada, algo que no ocurrió? ¿Y el chequeo de la información? ¿Y
la consulta a la parte damnificada por la denuncia antes de aseverarla como lo
hace el título? El show mediático recrea la imagen de una pobre víctima de la
violencia en el fútbol frente a un criminal deportivo que merece un castigo
ejemplar y urgente, y esta construcción de la realidad se hace sin el menor
interés en saber cómo sucedieron los acontecimientos, ni tiene en cuenta los
riesgos que ese desinterés implica para el acusado, en caso de que todo fuera
una falsedad, como lo es. Este es un ejemplo de un discurso en el que los
medios ejercen anticipadamente, y con efectivos alcances masivos, una facultad
de enjuiciamiento basada en prejuicios (ya que hay un juicio realizado sobre
alguien previo a su investigación), anulación de la cautela reflexiva,
estereotipos implícitamente insinuados y poderosos impactos virtuales en la
sensibilidad pública.
Pensemos ahora en las
consecuencias que una persecución como la que se disparó generó en la víctima,
es decir, pensemos en Gabriel Guereta como objeto de estigmatización. El
estigma es una condición, un rasgo o un comportamiento que hace que su portador
reciba una respuesta negativa por parte de la sociedad en la que vive. Es una
marca que se ve como culturalmente inaceptable. Y la persona “marcada” sufre la
estigmatización porque la envía al ostracismo, al lugar de lo desechable, de lo
que no cuaja en una comunidad. Se percibe en la mirada de los otros una desaprobación
social severa, una actitud vejatoria, persecutoria, discriminante, expulsante
del grupo de pertenencia. La estigmatización primero deshumaniza a su objeto,
para después erradicarlo del entorno. El reclamo de castigo penal, los pedidos
de prohibición definitiva de practicar fútbol y expulsión de por vida del club
(neutralización del sujeto peligroso), la suspensión precautoria de la fecha
del campeonato (esta decisión no hizo más que “legitimar institucionalmente” la
estigmatización porque le dio fuerza), el señalamiento público permanente que
sufren él y su familia, entre otros gestos, le dan argumentos a la idea de que
la verdadera víctima de la situación es Gabriel Guereta. ¿Por qué? Porque las
heridas físicas se borran con el tiempo. Pero el estigma es una marca
indeleble, una sombra que te persigue para siempre. En definitiva, un accidente
futbolístico desató una ola de violencia que pidió, y pide, sangre y castigo.
Esta escalada de furia y venganza solo cesa cuando se canaliza la venganza sobre
el “chivo expiatorio”. Esta atmósfera en la que vive Gabriel, señalado como
“mala leche” por un accidente: ¿es más o menos violenta que el infortunado
choque de cabezas?
Un poco de autocrítica: Jugadas
como las relatadas se suceden continuamente en los partidos de fútbol, sobre
todo desde que se ha legitimado el discurso exitista que reza que lo único que
vale es ganar, donde el resultado justifica todo, hasta la trampa y el excesivo
juego físico. El desafío es recuperar la alegría de jugar porque sí, hacer
prevalecer el placer de jugar por sobre el deber de ganar. El fútbol debe ser
una fiesta para los pies que lo juegan y los ojos que lo miran. Y que no se
entienda mal, no hablamos de que dé lo mismo ganar que perder. La derrota tiene
que doler, y mucho, cuando el deporte se siente. Únicamente los que no sienten
nada, los que no sienten el deporte, pueden ser indiferentes ante la
adversidad. Pero que el desmedido afán por la victoria haya degenerado en
cualquier cosa y se use cualquier medio para llegar a ella, no significa que no
sea muy limpio, muy lógico y muy humano que el deportista, sea amateur o
profesional, anhele ganar siempre y no perder nunca. Y deposite toda su pasión
en ello, ya que nada grande se hace sin pasión. No importa si el fútbol que se
juega es bueno o malo, mientras tenga el mérito de exponer en una cancha ese
gran capital que en la vida se llama el afecto, la fraternidad, la amistad
entendida como un mandato de sufrir cuando sufre el compañero y de gozar cuando
triunfa el compañero. Esa condición de buena gente es condición que los
individuos traen o no, y la tristeza y la amargura que expresa el rostro de
Gabriel en estos tumultuosos días confirman lo que todos los que lo conocemos
sabemos: que es un tipazo. Por eso, gracias por tu amistad.
Juan Cruz Blanco"