Junto a mis compañeros de radio estaba trabajando en un proyecto que ya fue premiado antes de tocar el aire. Las primeras emisiones fueron en Radio Nacional y ahora, como ganadores de un concurso ante el AFSCA, pensábamos transmitir desde todas las radios comunitarias del país. El programa se llama –todavía- La tierra detrás de mis ojos. Nació con la pasión de las nuevas maneras de contar lo que nos taparon, lo que no vimos, lo que ensuciaron, lo que encumbraron falsamente y arrancaron de la historia más cierta de los pueblos. Es un manojo de sonidos que, como dije hace algún tiempo, va a contramano de la cáscara del show: molesta.
Las primeras caricias a La tierra detrás de mis ojos llegaron en la voz de Héctor Larrea, Carlos Ulanovsky y Liliana Daunes, cuando anunciaron que éramos los ganadores y que los sábados por la tarde haríamos el programa en la Radio Pública.
Después, y como un empujón de frescura, un organismo del Estado nos premió con los fondos necesarios para seguir tejiendo la historia que tan deshilachada anda por ahí. Entonces empezamos a confirmar nuestra sospecha de que realmente se puede ir por una comunicación popular, alternativa, sin las ataduras comerciales que entristecen y desmovilizan. Presentíamos que nuestro trabajo podía llegar a los rincones más olvidados por los medios masivos y que, a la par de los hombres y las mujeres que pueblan las radios comunitarias de este pedazo de sur, dejaríamos caer la palabra nueva sobre cada silencio de la historia oficial. Pero no se pudo, no alcanzamos, porque el Presidente electo, Mauricio Macri, intervino el AFSCA y la metralla de amparos y apelaciones recién empieza. Los fondos para la realización del proyecto quedaron solamente escritos en la carta de la buena noticia, dónde se nos notificó del premio hace algo menos de dos meses. Así dadas las cosas, digamos que La tierra detrás de mis ojos quedó detrás de un decreto de necesidad y urgencia. Y con nosotros un montón de “ñoquis” más desparramados por las radios recién nacidas y las más viejas, ensanchando los espacios que abrió de un tajo la nueva Ley de medios, debatida durante años en las universidades públicas del país y votada por la gran mayoría en el Congreso de la Nación.
Eso sí, no somos “ñoquis” improvisados. Nos preparamos mucho para ésto. Estudiamos, aprendimos, dudamos, hicimos, nos equivocamos, desaprendimos, quisimos saber más, tuvimos noches sin dormir y amanecimos con nuevas ideas y más trabajo. Hace un buen puñado de años que andamos entre micrófonos, ediciones, libros, entrevistas, investigación, compromiso, anotadores en el bolsillo, musiquitas sueltas, cuentos de abuelos memoriosos y relatos orales de cocineras en ronda. Por todo eso y en homenaje a la porfiadez de los pueblos que resisten, más allá o más acá de cualquier decreto antojadizo, elegimos continuar el proyecto y hacer posible la realización de La tierra detrás de mis ojos. Es una manera de contestar, de decir que no pueden con todo, de gritar que seguiremos estirando los mangos del bolsillo para producir contenidos radiofónicos de calidad. Somos “ñoquis” testarudos y la historia que buscamos contar nos enseñó que hay mucho camino poceado y piernas para saltar. Ahí voy, con envión, pegadito a Juan Pablo Berch, Sofía Loviscek, Ezequiel Vera, Agustín Alejandro, Matias Sánchez y cada hombre y cada mujer que deje la polvareda aleonada sobre el mismo camino.
La tierra detrás de mis ojos será el festival de la palabra. Y la palabra, sabrán, es la memoria del mundo.
Román Solsona.