Hasta el 17 de Febrero, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) presenta la primera retrospectiva de la obra de la artista sampedrina Alicia Penalba.
“Radar”, el suplemento cultural de “Página 12”, publicó este domingo una extensa nota firmada por Marina Oybin, bajo el título “La Metamorfosis”, que repasa la vida de la escultora, cuyas obras pueden encontrarse en el Guggenheim de Nueva York, el Museo de Arte Moderno de París, el Centre Pompidou y el Museo de Brooklyn.
Este es el texto completo:
“Su infancia en Argentina fue
traumática y trágica. Tanto que cuando Alicia Penalba consiguió la beca que la
afincaría en París, cambió por completo: abandonó el español –incluso usaba el
francés para sus escritos íntimos–, abandonó la figuración, dejó atrás su
nombre de nacimiento. Y construyó una obra escultórica monumental de
abstracción pura donde se destacan piezas totémicas, aladas y petits. Celebrada
en Europa, Penalba nunca había tenido una muestra en Argentina, hueco que viene
a reparar la actual y primera retrospectiva de su obra en el Malba.
“Mi madre era muy sabia. Solía
decirme que solamente el que pudiera realizarse, de entre nosotros, sus hijos,
sería quien podría soportar la vida”, contó la escultora Alicia Penalba, que
nació en San Pedro, Buenos Aires y murió en 1982 en Francia. En su caso, no hay
dudas de que el arte condensó la huida de la muerte y estimuló el
resurgimiento.
En el Malba se presenta la
primera exposición antológica de la artista en un museo del país. Con curaduría
de Victoria Giraudo, que realizó un trabajo de investigación impecable, la
muestra incluye obras realizadas desde 1948 en París hasta el final de su vida:
piezas totémicas, aladas y petits. En la explanada del Museo, además, se exhibe
un conjunto escultórico. Completan la muestra tapices, vitrinas con fotos de
época, porcelanas y joyas. Y se presenta un film documental realizado por El
Pampero Cine en base a cartas, entrevistas, grabaciones, escritos y documentos
que integran el archivo Alicia Penalba. “Fue una artista bisagra entre lo
moderno y lo contemporáneo, con nuevas búsquedas en el espacio y en la relación
de la obra con el espectador”, señala Giraudo.
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Grand Orolirio, Bronce, 1959/1962. |
El clima asfixiante, trágico, al
límite de lo soportable, que se vivía en la casa paterna marcó la vida de la
artista. Su hermana se suicidó a los diecisiete años. Dos años después, su
hermano también se suicidó de una manera terrible: se inmoló, se prendió fuego.
Otro hermano murió cuando era niño.
Penalba definía a su padre como
un ser “que destruía la vida de los que lo rodeaban”. Era ferroviario, tocaba
el violín. Lo consideraba desigual: tenía al menos la virtud del arte. “Dueño
de un rigor espantoso, golpeaba con cualquier cosa, no perdonaba nada”. A esa
infancia tormentosa, Penalba atribuía su deseo permanente, incontenible, de
soledad: “Cuando era chica me hacía escondites en la montaña para aislarme, no
quería que nadie me encontrara”. Vivió en la Patagonia (en una pequeña
localidad llamada Corral Chico, en Río Negro), en Valparaíso (Chile), en San
Juan, y en muchos otros sitios a los que debía mudarse su familia cuando a su
padre le asignaban nuevo destino.
Consiguió trabajo a los dieciséis
años, junto dinero y logró viajar a Buenos Aires. Antiperonista a ultranza y
afiliada al Partido Comunista, con una beca hizo pie en París. Iluminada acaso
por la estrellita, como decía su madre, llegó sin nada para no recordar el
pasado. Intentó tabula rasa para olvidar y resurgir. Abandonó para siempre el
español: sólo usó el francés, incluso en sus escritos más íntimos. Dejó la
pintura figurativa para meterse de lleno en la escultura. Se alejó de su marido
y en París se enamoró del fotógrafo francés Michel Chilo, su compañero hasta el
final de su vida. Hasta desechó el Pérez, su primer apellido, para convertirse
en Alicia Penalba. Sin más.
Admiradora de Constantin
Brancusi, Hans Arp, Alberto Giacometti y Antoine Pevsner, estudió escultura y decidió que
haría su camino sin dejarse influir –ni avasallar– por nada. Alquiló un pequeño
atelier en París y desató su metamorfosis. Sus primeras obras, a pesar de ser
pequeñas, ya evidencian una síntesis propia de la escultura monumental. Comenzó
con la arcilla: “Ese material sin belleza no me impone ningún estado a priori”,
dijo. Destruyó toda su obra escultórica figurativa vinculada a la fertilidad y
a la mujer que realizó cuando llegó a Francia. “Recomencé en una especie de
alucinación a buscar mi camino sin pensar en lo visto o en lo que había hecho”.
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Grand Orolirio, Bronce, 1959/1962. |
Penalba realizó toda su
producción escultórica en París y en Italia. La figura humana de su primera
época devino tótem: forma vertical, estática, que une tierra y cielo, y que
recuerda a piezas africanas primitivas. Hizo tótems de amor, crisálidas,
esculturas yacentes (horizontales), caracolas como las que encontraba en
Valparaíso, y aladas (serie que madura en los años sesenta) en las que indagó
en el vuelo y en el movimiento ascendente.
Presentó también las formas
aladas apoyadas en muros, a la espera, antes de elevarse quizás. A veces se
posan en bloques de blindex que la artista levantó como muros imponentes y al
tiempo frágiles. Con reflejos de luces que quedan en la retina, sus esculturas
de acero y de bronce pulido imantan al espectador. Dan vértigo las piezas que
crean ilusión de equilibrio inestable.
Tras llegar a París, Penalba
participó como delegada de la Argentina en el Congreso Mundial de París, donde
conoció a Pablo Picasso, Paul Éluard y Louis
Aragón. “Por primera vez comencé a darme cuenta de que empezaba a
manejar mi propia vida”, señaló. Se vinculó con críticos y artistas; llegó a
ocupar un lugar destacado en la escena del arte europeo.
Con una obra fabulosa, Penalba se
ganó un lugar en la escultura del siglo XX. Sin embargo, nunca había tenido una
muestra en un museo de nuestro país. En 1959, participó en la II Documenta de
Kassel, en la que intervinieron más de trescientos hombres y sólo unas once
mujeres; en 1964, en la III Documenta. Recibió el Gran Premio de la Bienal de
San Pablo en 1961. En 1968, el Museo de Arte Moderno de París inauguró Tótems y
tabués, con obras de Wilfredo Lam, Roberto Matta y Alicia Penalba (sus
compañeros de exposición alcanzaron luego altas cotizaciones). En el Malba, se
exhiben piezas de aquella muestra: algunas, que originalmente estaban sobre
bloques de ladrillos, son como dólmenes. Es un hallazgo la luz natural que
entra por una lucarna de la sala y potencia las obras.
Penalba expuso en el Guggenheim
de Nueva York y en el Museo de Arte Moderno de París. Sus obras integran las
colecciones del Centre Pompidou, Museo de Brooklyn, Museo de Bellas Artes de
Dallas y Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, entre muchas otras
instituciones artísticas de Europa y América. En Argentina sólo tienen obra
suya la colección Fortabat, el Museo Nacional de Bellas Artes (por medio de una
donación), y el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.
Penalba creó una iconografía
propia, singular, en sintonía con la naturaleza y el paisaje: la intensidad
inusitada de su obra modifica el
entorno. Estuvo al frente de proyectos complejos en los que sumó obreros,
arquitectos e ingenieros. Realizó un conjunto escultórico para la Universidad
de St. Gallen (Suiza) y un gran relieve de poliéster dorado para el museo al
aire libre de Hakone (Japón), entre otras piezas.
Con formas despojadas, sus
esculturas monumentales logran hipnotizar al espectador. A veces nos acercan a
sitios desolados, a imágenes futuristas. Con pura abstracción, Penalba crea una
narración abierta, infinita.
Trabajó con bronce, acero,
cemento, resina poliéster, oro. Hizo obras gigantescas y al tiempo joyas
exquisitas en oro y plata que consideraba esculturas colgantes y que también se
exhiben en el Malba. Buscó reivindicar las mal llamadas artes menores: las
joyas en las civilizaciones primitivas no eran sólo adornos deslumbrantes o
símbolos de estatus sino que integraban rituales que daban sentido a la vida.
Penalba fue una de las pocas
escultoras argentinas que realizó obra monumental. Con botas, cubierta de
material desde la cabeza hasta los pies, una foto la captura trepada a una
escultura gigante donde ultima detalles de la obra. Entre formas blancas e
imponentes, se la ve pequeña ahí arriba.
Por más esfuerzo que hizo para
que el pasado no se hiciera carne, esa naturaleza que conoció en su infancia
volvió una y otra vez en sus esculturas. Infancia apocalíptica se titula una de
sus obras. Muchas de sus piezas abstractas remiten a formas orgánicas, fósiles,
extraños restos óseos, a la inmensidad y a la vegetación de los sitios
desérticos que conoció de chica. Nunca olvidó las rocas negras en contraste con
la luz, el mar de Chile, y el silbido chillón del viento en la Patagonia.
Estaba segura: “Considero que nunca dejé de ser una niña”.
Como firmaba A. Penalba, muchos
pensaron que las esculturas habían sido creadas por un hombre. Cuando un
periodista llegaba a su casa y le preguntaba dónde estaba su marido, ella
contestaba: “Mi marido soy yo”.
Los collages realizados por la
artista con economía de recursos apenas una semana antes de morir son
inolvidables. Camino al País Vasco, en un accidente atroz, un tren embistió a
Penalba y a su marido, su única familia. Los cinco mil francos que encontraron
en la cartera de la artista se usaron para pagar su propio entierro.
A esa mujer que fue a París para
volverse Alicia Penalba, y que se consideró a sí misma una sobreviviente de la
escena familiar, le escribió un poema Pablo Neruda y le hizo un retrato Henri
Matisse. Penalba sostuvo que el erotismo era la fuente de toda creación: que se
encontraba en todos los sitios de la naturaleza, no en las formas más obvias o
evidentes.
Esa mujer, que parece pequeña trepada a su colosal escultura, se propuso nada menos que "marcar la presencia en la tierra como algo que quedará más tiempo que nuestro cuerpo".