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Foto: Luciano Thieberger (Clarín) |
El diario “Clarín” publicó en su edición dominical una extensa nota basada en testimonios recogidos hace varias semanas en nuestra ciudad, acerca de la inseguridad rural.
El título, elocuente, habla de “Productores armados en San Pedro para defenderse del robo de ganado”.
El informe de Nahuel Galotta incluye diversos relatos de vecinos de la zona, en los que se deja constancia de un fenómeno largamente conocido en la región.
A continuación, el texto completo de la publicación del
matutino porteño:
“Miguel Sánchez acelera su vieja camioneta del lado de
adentro del alambrado. Llega hasta la tranquera, frena, abre la puerta y baja.
Se lo nota preocupado, pero cuando entiende que los hombres que merodeaban su
campo son del equipo de Clarín y de la Sociedad Rural de la ciudad, se calma.
“Es una zona jodida y acá somos carne de cañón: nos llevan vacas, lechones,
ovejas, chivos, terneritos…”, se justifica. Hace unas semanas le robaron dos
vacas y sus crías, por un valor superior a los $ 35 mil.
Son las tres de la tarde, es martes, y hasta hace dos
minutos, Sánchez arreglaba una parte del alambrado del campo en el que trabaja,
sobre la ruta 191, en San Pedro, una de las ciudades donde más sufren el
abigeato. Porque ese es otro problema. Los “cuatreros”, como se denomina a los
ladrones de ganado, suelen cortar varios alambrados internos hasta encontrar
los animales que buscan. Eso hace que más tarde una parte del ganado termine en
otro campo.
“Los robos existieron siempre. La diferencia es que hace 30
años se llevaban una gallina o uno o dos pollos, para comer”, explica Raúl
Victores (64), presidente de la Sociedad Rural de San Pedro, quien comparte un
dato duro para comprender la problemática: solo en la zona de “La Isla”, en
cuatro años, la cantidad de cabezas bajó de 30 mil a 4 mil. Por las lluvias y
por los robos.
La ciudad que apareció en enero en las páginas policiales de
los diarios por el asalto a un camión de soda (murieron un policía y un ladrón)
tiene al abigeato como al delito con mayor impacto económico. Victores retoma
para decir: “Se volvió inmanejable. Hay productores chicos que se están yendo
por los robos. Los arruinan. No hay medidas de seguridad que solucionen el
problema. ¿Cómo hacemos para controlar tantas hectáreas? Si de noche es todo
oscuro. Las bandas conocen los caminos más que cualquier GPS. Hace ocho años me
fui del rubro, por el agua y el abigeato. Como yo hay unos cuantos”.
La situación llegó a tal extremo que algunos productores
decidieron armarse. Silvio Corti (40), secretario de Gobierno del municipio de
San Pedro, es uno de los tantos que lo afirma. “Se nota mucho, y no es algo
nuevo. No es por gusto a las armas. Las tienen con el objetivo de defenderse y
cuidar sus producciones”, explica.
Durante la recorrida de Clarín por San Pedro, seis
productores narraron cómo intentaron combatir la inseguridad: algunos
instalaron cámaras, otros colocaron alambrados infrarrojo y unos pocos cavaron
zanjas. También están los que colaboraron con los móviles de la Patrulla Rural.
Un grupito hasta llegó a pensar en organizarse y turnarse para hacer sus
propias recorridas nocturnas.
Sánchez, el que sospechó del equipo de Clarín, por ejemplo,
a partir del último robo cada noche se sube a su caballo y arrea 87 vacas. Las
deja al lado de su casa y se queda despierto hasta lo más tarde que puede.
Después, si los perros ladran, sale y dispara al aire. No es el único que lo
hace. Hubo productores que pidieron custodia policial cuando salían los
camiones, como si fueran blindados. La última opción que barajaron es la de un
dron. Pero a esta altura están desesperanzados. Ya ni hacen las denuncias.
En el bar de una estación de servicio sobre la ruta 9, Juan
S. dice que solo en un año le robaron 97 cabezas. A un promedio de $ 8 mil por
cada una, la suma llega a $ 776 mil. “Llegás temprano pensando si te robaron o
no”, confiesa. “Cuando anduvieron por la zona, todo es un caos: tenés madres
buscando a sus terneros, terneros buscando madres, animales sueltos.... Los
colegas que pueden, se mudan. Yo ya no sumo más hacienda por los robos. Si
vendo diez, traigo otros diez. Me pasé semanas acá, intentando no dormir por
las noches. Es imposible. No se puede trabajar así”.
Las bandas tienen distintas estrategias. Están las que
llegan a caballo, las que usan canoas para cargarlas de lechones, pollos o lo
que sea. Otras andan a pie y arrean a las vacas. No faltan las que entran a los
galpones de los campos y buscan camionetas para cargar los animales.
“Lo primero que hacen con las vacas es ‘enfriarlas’”,
asegura Victores. “Les cortan los garrones para que no se puedan mover, les
atan el morro y les rompen los ojos, se los pinchan”. Luego las carnean y
empiezan a comercializarlas. Tienen clientes de todo tipo: frigoríficos,
carnicerías, comerciantes de parrillas callejeras o ambulantes, puestos sobre
las rutas, vecinos que compran para consumo personal, a un precio muy inferior.
El sector agropecuario sospecha de algunas bandas oriundas del
barrio La Tosquera. Primero, porque algunos siguen las huellas tras los robos.
Segundo, por los allanamientos. Y tercero, porque algunos de sus empleados
también viven en ese barrio, y les cuentan cuando hay ofertas de mercadería de
las bandas locales. La mayoría de los caminos rurales desembocan en La
Tosquera.
Luis M. es otro productor que conversa con Clarín en la
estación de servicio de la ruta 9. Dice haber perdido la cuenta de las robos
sufridos. Recuerda tres: uno de 3.000 pollos, otro de 15 lechones y un tercero
de 6 vacas y 7 terneros, que a un promedio de 8 mil pesos por cabeza, suma un
saldo de $ 104 mil. Le ha pasado de observar a los ladrones por las cámaras,
horas después de que ingresaran a su campo: los vio ir y venir hasta tres veces
en una noche. En otro robo notó cómo cargaban de a tres bolsas por moto. Una
noche se despertó tres veces por la alarma.
“Hace poco vendí 40 vacas a las apuradas, por la
inseguridad. En otro momento me las hubiera quedado un tiempo más. Muchos
colegas venden todo para irse. Ya pedimos una fiscalía temática, pero pasó más
de un año y medio y la seguimos esperando”, dice el ganadero.
Otro productor que prefiere no dar su nombre completo es
Fernando. El argumento es el mismo: sabe que los ladrones son de su misma ciudad,
y se conocen. Entre otras cosas es productor floricultor. Ha sufrido varios
robos, pero recuerda uno de 200 plantas, por un valor que estima en $ 50 mil.
Otra noche, entre su campo y el de su vecino, faltaron 500.
“Se trata de
producciones que no se hacen de un día para el otro. Si pongo custodio y me lo
matan tendría un problema bárbaro. Tomo a los robos como un gasto fijo,
mensual. A la hora de sacar cuentas y pensar en negocios hoy pensamos en los
posibles robos. A veces pierdo por la rotura de alambrados: animales de otros
campos entran al mío y me dañan las plantas injertadas. O me las comen”,
comenta indignado. Habla con la desazón del que sabe que las cosas no
cambiarán. Del que ya no cambia los alambrados. Apenas los arregla, sabiendo
que cualquier noche los pueden volver a romper.