Un trabajo conjunto entre científicos del CONICET y el Centro de Investigación en Hidratos de Carbono, permitió utilizar batatas producidas por el INTA San Pedro en un proyecto de innovación que tuvo trascendencia internacional.
Se trata de la creación de envoltorios inteligentes, hechos a partir de bambú y batata.
El informe detallado sobre la investigación fue publicada por el medio especializado "Innovaspain":
"La comunidad científica en Argentina se ha visto arrastrada por la crisis económica de aquel país. Investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), considerada la segunda mejor institución de América Latina según el último ranking de Scimago, llevan meses denunciando las medidas de austeridad tomadas por el Gobierno de Mauricio Macri. La reducción en un 20 % de la capacidad de compra de insumos y equipos, de los ingresos de nuevos investigadores, de nuevos becarios, así como de los salarios, son algunos de los malestares que los directivos de distintos institutos de investigación del centro han hecho públicos.
Pese a un escenario como este, los investigadores mantienen su esfuerzo por el avance de la ciencia. Es el caso de Norma D’Accorso, investigadora del CONICET desde hace 25 años y directora del Centro de Investigación en Hidratos de Carbono (CIHIDECAR) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La profesora lidera un proyecto para crear envoltorios biodegradables a partir de caña de tacuara y de cáscara de batata, una alternativa ecológica al plástico proveniente del petróleo.
“No se utilizan alimentos porque, en un caso, utilizamos una planta que es invasora, la caña, y, por el otro lado, estamos utilizando residuos de la batata”, asegura la doctora en química orgánica sobre el material de este producto que a simple vista parece un envoltorio de plástico común. La caña de tacuara es un tipo de bambú endémico que se ha vuelto invasora en ciertas zonas de Buenos Aires. “Al ser una plaga, la gente no le daba un valor agregado”, precisa D’Accorso.
El equipo multidisciplinar lo completan la ingeniera y doctora en materiales Nancy Lis García, también investigadora del CONICET, y Carlos Rodríguez, quien está haciendo su tesis doctoral bajo la dirección de ambas. García trabaja desde hace casi 20 años con nanocristales de almidón y hace unos años se interesó en este bambú por sus características antimicrobianas.
|
Información y fotos Innovaspain y Nex Ciencia |
Juntos buscaron desarrollar un proyecto sustentable que requiriera de “baja energía, que no generara desechos, que fuera algo autóctono… biodegradable, biocompostable, todo con base en biomasa renovable”, detalla García, quien viajó hace un año a Berlín (Alemania) a recibir un premio por este trabajo en el Octavo Congreso de Biopolímeros y Bioplásticos. Esta iniciativa surgió también gracias a un convenio internacional con la Universidad de Grenoble en Francia, a donde D’Accorso viajó hace un año para trabajar con las nanofibras de celulosa.
Mientras que las nanofibras de los productos que están creando las obtienen del bambú, de la cáscara de la batata extraen antioxidantes. Rodríguez extrajo la fibra de celulosa y la transformó en nanofibra, a través de un proceso de homogeneización por presión. Para obtener materiales flexibles –la elasticidad depende de la longitud de la nanofibra– elaboraron compuestos con almidones y otros polímeros biodegradables.
García aisló todos los componentes de la cáscara de la batata para determinar su carácter antioxidante. “Esos residuos tienen antioxidantes naturales que pueden competir y ganarle a los antioxidantes de tipo sintético”, asegura D’Accorso. Estos permitieron crear productos “inteligentes” ya que inhiben la oxidación de los principios activos de los alimentos, según las investigadoras. En otras palabras, preservan los alimentos por más tiempo.
Para obtener la batata se acercaron al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de San Pedro, donde se producen 80 variedades de batata de las cuales se comercializan dos. Según las investigadoras, la producción del tubérculo en el país supera la demanda.
Por medio de una impresora 3D agregaron a las nanofibras los antioxidantes. “La impresora la compramos hace un año y medio. Si tuviéramos que comprarla ahora no tendríamos el dinero”, aseguran, pese a reconocer que este equipo permite reducir los costos de producción.
Como muchos otros científicos del país, la reducción de la financiación (en 2018, la inversión en investigación y desarrollo en el país fue del 0,26 % del PIB) les ha generado problemas para comprar insumos y equipamiento. El equipo presentará en junio el proyecto en el Concurso Nacional de Innovaciones, Innovar 2019, para así tener financiación y poder seguir explorando las características antimicrobianas del bambú, hacer pruebas para ver cuánto tardan en degradarse estos materiales (los de base de almidón tardan cerca de un mes), así como investigando con otras plantas invasoras a las que les puedan añadir un valor. “Nuestro interés y voluntad nos hacen seguir adelante”, subrayan.