Integrantes del Grupo Conservacionista de Fósiles descurbieron restos de cientos de caballos muertos por la falta de agua durante la “Gran Seca”. Se trata de un cambio en el clima que afectó a la región pampeana hace 200 años y que fue descripto por Charles Darwin. .
Desde el año 1550 hasta 1850, aproximadamente, el mundo vivió un período conocido como “Pequeña Edad de Hielo”, un lapso de tiempo que, en la región central de Argentina, se manifestó con condiciones generales más áridas que las actuales, alternadas con grandes inundaciones.
En ese contexto, en los años comprendidos entre 1827 y 1832 la región padeció una tremenda escasez de agua que provocó la muerte de millares de animales que se acercaban desesperados a los ríos y arroyos de la zona. Estos años quedaron en la historia con el nombre de la “Gran Seca”, un evento catastrófico registrado por Charles Darwin en su libro de viaje.
En la localidad de Doyle, partido de San Pedro, el Museo Paleontológico “Fray Manuel de Torres” acaba de hallar centenares de caballos que perecieron en aquel desastre climático.
Darwin y su relato
Al navegar las aguas del Paraná, frente a San Pedro, Charles Darwin plasmó testimonios desoladores de aquel período de sequía en su "Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo". En sus páginas escribió: "El período comprendido entre los años 1827 y 1832 se llama el `gran seco` o la gran sequía. Durante ese tiempo fue tan escasa la lluvia caída, que no creció ninguna planta, ni siquiera cardos; los arroyos se secaron, y todo el país tomó el aspecto de un polvoriento camino carretero. Así ocurrió especialmente en la parte septentrional de la provincia de Buenos Aires y meridional de Santa Fe. Pereció un gran número de aves, animales silvestres, ganado vacuno y caballar por falta de alimento y agua. Un hombre me dijo que los ciervos solían meterse en su corral a buscar la poza que se vio obligado a cavar para proveer de agua a su familia y que las perdices apenas tenían fuerza para huir volando cuando se las perseguía. El cálculo más bajo supone que se perdieron sólo en la provincia de Buenos Aires un millón de cabezas.
Un testigo de vista me refirió que el ganado vacuno, en rebaños de millares, se precipitó en el Paraná, y, exhausto por el hambre como estaba, no pudo encaramarse a los bancos de cieno, y así, pereció ahogado. El brazo del río que corre junto a San Pedro estaba tan lleno de cadáveres en putrefacción, que, según me dijo el patrón de un barco, el hedor le hacía de todo punto infranqueable. Indudablemente, varios cientos de miles de animales perecieron así en el río…”
Hallazgo
Roberto Steiven, Ricardo Pereyra y Bibiana Ferreyra cumplen tareas en Estancia “La Paz”, propiedad de la familia Carneiro Andrade, a pocos kilómetros de la localidad de Doyle. El campo donde se desarrollan sus días está ubicado sobre la margen izquierda del río Arrecifes y fue allí donde observaron algo que llamó su atención.
Con la gran bajante de estos meses y las pocas lluvias caídas, divisaron en un sector de las barrancas del río una extraña acumulación de huesos de animales. Asombrados, decidieron ponerse en contacto con el Museo Paleontológico de San Pedro. Un equipo formado por José Luis Aguilar, Julio Simonini, Matías Swistun y Walter y Mariano Parra, no tardó en llegar al lugar. La sorpresa fue grande…
Según palabras de Aguilar, Director del Museo de San Pedro, “observamos un sector de unos 130 metros de largo, con un espesor de unos 80 cm, donde afloraban cientos de huesos de caballos. En esa masa de piezas óseas había ejemplares de diferentes edades y tamaños. Unos arriba de los otros en un espectáculo caótico que revelaba una muerte abrumadora. No observamos un patrón definido en la disposición de los huesos. Tampoco señales de depredación ni ataque alguno. Sólo era una enorme cantidad de huesos amontonados a lo largo de decenas de metros en la barranca del río. Como si esos animales se hubieran pisoteados unos a otros en un tremendo frenesí por llegar al río.
Al principio pensamos que podía ser una acumulación sucedida a comienzos del Holoceno, en el momento de extinción de los caballos en Sudamérica. Pero el hallazgo de una pezuña de oveja y un molar de vaca en las inmediaciones de los restos de caballos nos llevó a considerar una antigüedad más `colonial` de los animales. Repensando el tema dimos con el relato de Darwin y eso nos cambió la mirada hacia aquel desastre climático. La asociación de animales encontrados y el estado de preservación ubica a estos restos en un período moderno. No son fósiles sino históricos. Y la `Gran Seca` es el único acontecimiento natural que nos puede explicar semejante mortandad en un solo lugar.
En el Museo de San Pedro planeamos montar uno de estos caballos en una de las salas para concientizar sobre el peligro que conlleva el deterioro del ambiente y la indiferencia ante las señales que nos envía el planeta.”
Este hallazgo, junto a otro realizado por científicos del Museo de La Plata en Chascomús, en 2008, son los dos registros de mayor envergadura detectados hasta hoy, que avalan las narraciones escritas por Darwin en su diario de viaje.
Al respecto, el Dr. Eduardo Tonni, Profesor Emérito de la UNLP y Jefe de la División Paleontología de Vertebrados del Museo platense, opina que “la ‘Gran Seca’ a la que se refiere Darwin se desarrolló en el marco de la Pequeña Edad de Hielo, que se manifestó fuertemente en la región pampeana durante los siglos XVIII y XIX, con una aridez predominante. Sin embargo, durante este período se registraron también en la región episodios de grandes inundaciones que alternaron con los eventos secos preponderantes. Este y otros eventos desarrollados en el último milenio, señalan que el cambio climático siempre estuvo presente, independientemente de la responsabilidad del hombre en la era industrial.
Un nuevo cambio climático se está produciendo y deben buscarse formas de adaptación a estas circunstancias. La tendencia catastrofista a exagerar las consecuencias del cambio climático y de la responsabilidad del hombre en ese cambio, es el resultado del sistema actual de circulación de la información, donde ésta no se correlaciona positivamente con la capacidad del receptor para recibirla, y en ocasiones con la capacidad de quien la trasmite.
En suma, el cambio climático está entre nosotros y contamos con mucha más información y tecnología que nuestros ancestros para enfrentarlo con responsabilidad y eficiencia”.