El concejal Diego Lafalce dio a conocer, a través de un texto difundido en las últimas horas, su opinión con respecto al debate sobre la situación de las universidades públicas en la República Argentina.
Según su postura, el actual "panorama desalentador" que atraviesan los trabajadores y la clase media fue "el resultado del deterioro acelerado (...) de décadas de políticas fallidas y de un manejo irresponsable de la economía por parte de gobiernos anteriores".
En defensa del gobierno nacional, plantea que "Milei ha captado como nadie el sentir de la gente, ha entendido sus preocupaciones y ha prometido luchar incansablemente por un futuro mejor para todos".
El referente de la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich en la región responsabiliza del deterioro de las universidades a los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández, y expresa: "Muchos intentan desacreditar el mensaje de Milei, intentan pintarlo como un enemigo de la educación pública. Pero nada más lejos de la verdad".
Éste es el texto completo:
"En los últimos tiempos, hemos sido testigos de un creciente sentimiento de desazón y desesperanza entre nuestra gente. Padres y madres preocupados por no poder brindar a sus hijos las oportunidades que merecen. Trabajadores formales enfrentando la incertidumbre de perder sus empleos o caer en la informalidad. Una clase media que se ve cada vez más marginada y excluida del sistema que debería protegerla.
Este panorama desolador no ha surgido de la nada. Ha sido el resultado del deterioro acelerado de nuestra clase media, de décadas de políticas fallidas y de un manejo irresponsable de la economía por parte de gobiernos anteriores. El descalabro económico provocado por la administración de Alberto Fernández y su equipo ha llevado a un aumento vertiginoso de la pobreza, dejando a miles de argentinos sin esperanza ni oportunidades.
Es en este contexto que surge la figura de Javier Milei, un líder que ha sabido interpretar el profundo malestar de nuestro pueblo y darle voz en la arena política. La llegada de Milei al poder no ha sido casualidad, sino el resultado de un clamor popular por un cambio radical, por una salida a la decadencia en la que nos encontrábamos sumidos.
Milei ha captado como nadie el sentir de la gente, ha entendido sus preocupaciones y ha prometido luchar incansablemente por un futuro mejor para todos. Su discurso audaz y sin pelos en la lengua ha resonado en miles de argentinos que se han sentido abandonados por la clase política tradicional, que han visto en él la esperanza de un cambio real y significativo.
Pero no solo se trata de palabras vacías o promesas huecas. Los datos hablan por sí mismos. El deterioro de nuestras universidades públicas, el estrangulamiento de su financiamiento y congelamiento de su presupuesto durante la administracion de Alberto Fernandez, Cristina Kirchner y Sergio Massa y con consecuencia en la reducción de oportunidades para nuestros jóvenes son una realidad innegable. La inversión en educación superior ha disminuido de manera alarmante en los últimos años, dejando a nuestras universidades al borde del colapso.
Es cierto que muchos intentan desacreditar el mensaje de Milei, intentan pintarlo como un enemigo de la educación pública. Pero nada más lejos de la verdad. Milei no busca cerrar universidades, sino todo lo contrario. Él entiende que la educación es la clave para el progreso y el desarrollo de nuestra sociedad, y está comprometido a asegurar que todos los argentinos tengan acceso a una educación de calidad, independientemente de su origen o condición social.
Para ello es necesario e imperioso dar un debate profundo sobre su pluralismo, trasparencia y excelencia. Es crucial que abramos espacio para un intercambio de ideas basado en datos claros y una información rigurosa, dejando de lado los prejuicios que solo obstaculizan el progreso.
La universidad pública argentina, por su parte, también enfrenta desafíos significativos que no pueden pasarse por alto. Durante décadas, ha resistido cualquier intento de discutir temas críticos como el ingreso irrestricto, el financiamiento y la calidad académica, cerrando así la puerta a cualquier posibilidad de mejora sustancial. Es fundamental que nos preguntemos: ¿Quién defiende realmente a la universidad cuando se penaliza la discrepancia interna y se aferra al statu quo en función de intereses particulares? ¿Cómo podemos garantizar la transparencia y la excelencia académica en un contexto donde los negocios y pactos corporativos han teñido de opacidad muchas de nuestras casas de estudio?
Los ingresos propios de las universidades no solo demandan transparencia, sino también un debate sobre su destino: ¿no deberían financiar un gran fondo de becas para estimular el acceso a la universidad de jóvenes en situaciones desfavorables?
En un país con dramáticos niveles de pobreza y con un Estado quebrado, de la universidad también se esperan propuestas, además de reclamos que pueden ser justificados. Merecería otro debate la creación de nuevas universidades: ¿se necesitan más o mejores casas de estudios? ¿Responden a una visión estratégica o a necesidades de los caudillos políticos?
La universidad tiene derecho, por supuesto, a defenderse de ataques, simplificaciones y prejuicios. Pero también tiene la obligación de dar ejemplo de pluralismo, de transparencia y de excelencia, además de cultivar un espíritu de comprensión sobre la realidad que la rodea. Muchos profesores e investigadores honran esa tradición con un esfuerzo silencioso y cotidiano. Pero no es lo que se refleja en estamentos del poder universitario, donde, con honrosas excepciones, se han enquistado el dogmatismo, la opacidad y los intereses partidarios.
La universidad no puede reducirse a una colección de eslóganes. Merece un debate honesto, sin dogmas ni prejuicios. Ojalá la efervescencia de estos días sirva para promoverlo, y no para enmascarar los problemas y justificar lo injustificable bajo una bandera noble, como es la de la educación pública".